lunes, 25 de agosto de 2008

¿Lejos?

No necesita mirar el reloj para saber que es demasiado pronto, que las calles aun no han tenido tiempo para enfriarse, para despedir el calor que se acumula en el asfalto durante el día. De todas formas, el sofá es tan incómodo que prefiere levantarse antes de la hora fijada en el despertador aunque eso conlleve 60 gramos más de sueño entre sus párpados. No hay mucho que hacer, solo lavarse la cara, beber un vaso de agua helada y armarse de paciencia para conseguir bajar las maletas al portal sin sufrir demasiado por las escaleras. Afuera se está mejor, aunque la humedad también aprieta la ropa contra el cuerpo. Pasan un par de coches que rompen el silencio nocturno de una gran ciudad y a la vuelta de la esquina se alegra de ver un taxi. Luz verde. Al aeropuerto, por favor. Allá vamos. Prefiere no mirar atrás antes de doblar la calle, qué más da, en poco tiempo volveré, pero sabe que se engaña, que todavía no ha comprado el billete de vuelta. Casi no hay tráfico, así que el trayecto comienza a acortarse. La radio habla de crisis. Decide desconectar y entretener la mirada y el oído en el paisaje urbano que vuela por la ventanilla, contagiándola de tranquilidad y letargo, de sueño, de sueños...
Una pregunta del conductor hace que su cabeza tenga que reponerse, sin saber con cierta seguridad si ha llegado o no a dormirse. ¿Lejos? Sí, a una isla que ni siquiera sale en los mapas. Sería su respuesta perfecta. No, qué va, aquí al lado. Esta es su respuesta real. Cuatro giros más y llegan al aparcamiento de la terminal. Camina sin prisas por el aeropuerto vacío, sólo con algunos viajeros noctámbulos acurrucados en algún rincón. Cinco minutos de cola y se libra de las maletas. Cinco minutos más y consigue el café que se le antojaba desde antes de salir de casa. Ahora, cuando el cuerpo comienza a adormilarse en la cafetería, ahora sí que echa de menos ese viejo sofá que le ha servido de cama los dos últimos días. Durante la espera para embarcar se pierde entre suposiciones y divaga sobre la semana, la pasada y la próxima, y sobre el salto que separa una de la otra. No hay tiempo para más, mejor dejar de hilar aproximaciones y lanzarse a ver lo qué ocurre, a descubrir cómo se acostumbra al cuerpo a la rutina de la que quiso escapar con este viaje apresurado. Aunque le parece algo caprichoso, intenta ser de los primeros en subir al avión y así poder elegir asiento, con ventanilla, para no perderse la vista aérea de las luces que dibujan una gran mancha de casas anónimas y avenidas. Con el despegue se propone despedirse de todo lo que no le ha gustado de sí misma durante estos días, lo que pretende dejar allí para no volver a sentirlo o, al menos, para reencontrarlo el verano que viene y, de ese modo, no tener que acarrear todo el otoño con historiales detallados de sus errores....... pero el avión se eleva demasiado rápido para que pueda contabilizar todos los fallos, así que la mitad se quedan en la pista y la otra mitad bajo su asiento, esperando a que el vuelo termine para encaramarse hasta su mochilla y acompañarla durante los meses de frío.