- Días azules
- ¿Perdona?
- Me gustaría que hubiera días azules
- ¿A qué te refieres? ¿A pasar algún día en la playa?
- No, coño, ¿de dónde te sacas tú lo de la playa? Que hubiera días azules, que todo se tiñiese de azul.
- Ah…
- Que hubiera días de colores, azules, amarillos…Amarillos, esos también molarían.
- Bueno…sí
- ¿Cómo que “bueno”? ¿Molaría o no molaría?
- Sí, no sé…sí…
Se miran
- Es que no sé qué decirte…No me imagino mirarme en el espejo y verme amarillo. Seríamos como los Simpson.
- Ostia, es verdad. No había pensado en eso. Quizá tendríamos que pedirle los derechos a Matt Groening.
- Pufff…demasiado caro entonces. ¿Días rojos?
- Muy sangriento
- ¿Marrones?
- ¿Color mierda? Yo paso, tío
- ¿Negros?
- Sería todo oscuridad
- Joder, le sacas pegas a todos los colores, así no vale
- No, no, es que eliges colores muy malos, muy feos. ¡Días verdes!
- ¿Verdes? No me convence… Sería muy anuncio de Greenpeace, ¿no?
- El color de los árboles, de la esperanza, de la naturaleza, de la vida, al fin y al cabo
- Mmmm… No sé, quizá lo de los días coloridos no es buena idea. No quiero beber agua verde, ni cargar verde, ni follar en verde.
- Ya, eso de follar en verde te ha quedado muy Heineken…
- Mejor lo dejamos como está, cada cosa con su color, como es la realidad
- Ah, ¿que la realidad es así? ¿de esos colores?
- Pues digo yo que sí, ¿no? ¿cómo será si no?
Silencio
- ¿Nos fumamos otro?
- Pues claro
- Pero, ¿de qué color lo quieres: violeta, naranja o rosita?
- Serás gilipollas
viernes, 18 de septiembre de 2009
jueves, 17 de septiembre de 2009
Tenía bastante tiempo antes de entrar al cine. Había sido un día largo, pero aun tenía ganas de caminar y mezclarse un poco con la gente que iba y venía. Decidió ir calle abajo, le gustaba ese barrio en el que de entre diez farolas solo alumbraban cuatro. La luz de las tiendas, en cambio, era más potente y dejaba la huella de los escaparates sobre la acera. Caminaba despacio, intentando olvidarse de lo que había dejado sin hacer en el despacho y de que en la nevera seguramente no le esperaba nada más que un par de yogures desnatados. Le costó, pero empezó a disfrutar del aire frío que esa mañana había querido ser protagonista y que se colaba por su escote como si quisiera comprobar si eso de ser un amante humano era tan bueno como había oído. Cuatro pasos más y sus pies se pararon ante una postal arrugada que estaba en el suelo: “Vive como sueñas”. Una promoción de zapatillas deportivas de varios colores. “Vive como sueñas”. Descartó las zapatillas y se quedó con el eslogan. Habían pasado ya veinte minutos, la película estaba a punto de comenzar. Se guardó el papel en el bolsillo y echó a andar.
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