jueves, 28 de febrero de 2008


Un avión cruzó el cielo a las 12:36. Cuando habíamos visto algún otro habíamos intentando adivinar hacia dónde se dirigiría, en qué aeropuerto atestado de gente se bajarían los viajeros para recoger sus maletas y echar a andar hacia su casa, hotel, o pensión correspondiente. Pero esta vez no hicimos una lista de posibles destinos en el margen de la servilleta, ni intenté imaginar la vista de la ciudad desde el aire. Supongo que cuando un avión cruzando el cielo sólo te remite al recuerdo de tu llegada y no te aviva el deseo de una retirada a destiempo es una señal de que no deseas estar en otro lugar. Abajo, a pesar del frío se estaba a gusto en la calle, paseando, tratando de perseguir los rayos del sol por la plaza, moviéndonos de banco en banco según avanzaba de este a oeste. Había poco ruido, pero se oía el murmullo suficiente para generar la sensación de calma y de movimiento a la vez, para poder observar el ritmo de una ciudad sin tener que integrarte plenamente en él. Y esa distancia hacía que nos crecieran un poco más las alas, que no necesitáramos pensar en vuelos artificiales o contar los pasos entre el uno y el otro. No tenía por qué pararme a pensar en un avión que cruzaba el cielo sobre nuestras cabezas cuando tus labios, tan cerca, sabían a manzana...

viernes, 22 de febrero de 2008

Una instántanea del viaje

No era como me esperaba, no tan bonita como las postales muestran, ni tan cosmopolita o moderna como prometía. Tampoco te encuentras con la belleza a cada paso, ni en cada esquina, pero si buscas bien vas encontrando rincones que te seducen poco a poco, y cuando ya cruzas esa calle por cuarta vez (porque la ciudad no es tan grande como parece y pasas por los mismos lugares varias veces al día) entonces ya sabes que girando a la derecha os toparéis con la estatua de bronce al final del callejón pero si decidís tirar por la izquierda llegaréis a la calle de los restaurantes caros, con los puestos de marisco a la entrada y los camareros estirados dispuestos a todo para que cenes en su local. Las luces de neón de esa calle no me gustaron al principio, pero al volver a media noche del pub -sí, ése que tiene el Record Guiness en variedad de cervezas- los carteles iluminaban de otra forma ese mismo camino -ahora sin gente, sin manteles- con piezas de hielo por el suelo, devolviéndonos el eco de la canción de turno… Hacía tiempo que no montaba en tranvía y que no me colaba en el metro de forma tan descarada, que no reía tanto con esas bromas que van surgiendo en cada vistazo al mapa y que ya son un comodín para arrancar una risa en cualquier momento del día, aunque estés medio dormido en un tren extraño, compartiendo auriculares y música, o tiritando de frío pese a que el gorro y la bufanda sólo dejan asomar tus ojos… Y a veces ocurre esto, que un viaje que prometía lo justo te regala mucho más de lo esperado y se convierte en unos días mágicos, en los te da pereza pensar en la vuelta y simplemente te dejas llevar por la calles, haciéndolas tuyas aunque aún sepas que no te pertenecen, y no sólo ocurre por el decorado de fondo (por los canales y los monumentos) sino por los que posan contigo para la cámara, sonriendo por cualquier chorrada, con muecas raras, dándote un abrazo porque sí, porque estamos lejos de casa y estamos juntos, o porque las conversaciones agradables a media luz y a media copa se suceden y eso me hace creer que algún día volveremos a esa ciudad y le haremos otra foto al atardecer…

martes, 12 de febrero de 2008

Adiós

Maletas, pasaporte y aeropuerto. Todo listo, todo desorganizado, demasiadas cosas pendientes para dejarte coger el avión y marcharte a donde hace tiempo tenías pensado. Aunque te convenzas de que es un ‘hasta luego’, pesa la idea de que se convierta en un ‘adiós’ definitivo pero involuntario. La despedida inconsciente que ambas intuíamos ya había sido mucho antes, cuando la confianza que había entre las dos se desvaneció por errores comunes, cuando no supe responder a lo que me exigías, o cuando no pude comprender lo que tú esperabas de mí… Y ahora es demasiado tarde para sacar todo eso a la luz y solucionarlo, porque no es el momento, porque hoy te vas (realmente hoy ya te has ido), porque ni quiero hacerlo ni me atrevo, porque no sería justo para ti, porque aquello es lo innombrable en nuestras conversaciones, que fluyen por inercia por los mismos caminos de siempre, pero sin recorrer ninguno nuevo. Y supongo que ése fue el fallo, que no añadimos nada nuevo y ya todo se basa en recordar lo pasado, porque hoy por hoy es lo que más nos une. Pero ahora prefiero abrazarte un rato largo y decirte que te echaré de menos, y caerán al suelo unas cuantas lágrimas de esas que se contagian en las despedidas. No estoy segura de si es el momento o no, si de nuevo quiero engañarme y tendría que recuperar las explicaciones y las culpabilidades, haber dejado un poco de falsedad en el andén y ser sincera contigo y de paso conmigo misma. O tal vez las dos entendemos la situación y dejamos pasar de largo las oportunidades de rehacer, pensando que ya poco se puede arreglar. Pero en el fondo sé que me faltó darte una carta para que la abrieras en el avión contándote todo esto y más, me faltó decirte esto en persona ayer en el último café, me faltó contarte lo que no cuento aquí, me faltó haberlo hecho mejor (o no haberlo hecho) para que hoy no tuviera que contarlo, para que nuestro ‘adiós’ hubiera sido diferente.

Y otra vez, demasiado tarde.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Mi cara B

Mi cara B dice que hoy no quiere hablar, ni que le hablen, porque todo lo que escuche va a ser malo, inútil, vacío, tonto, sin sentido, repetitivo. Mi cara B odia mirarse en el espejo, e incluso intenta evitar ver su reflejo en cualquier cristal, escaparate o fotografía. Mi cara B también odia que la miren, por eso sus ojos se clavan al suelo constantemente y se sube el cuello del abrigo, refugiándose de un posible y desafortunado encuentro. Mi cara B se empeña en sacar todos los defectos de aquello que ayer sólo tenía virtudes, porque sí, simplemente porque ella quiere, sin ningún otro motivo aparente (aunque quizá encontraríamos alguno más lógico en las profundidades...).
A veces mi cara B se cree mejor que los demás y a la siguiente respiración se siente tan pequeña y avergonzada que tendríamos que utilizar una lupa para poder ver su autoestima, engullida entre inseguridades. Mi cara B no entiende nada, pero es que nunca quiso hacerlo. Ya todo le da igual, lo que él crea, lo que tú pienses, lo que ella misma sienta. Y a estas horas, cuando mi cara B ya está cansada de pelearse y discutir consigo misma, y echada sobre la cama se tapa con la manta hasta la cabeza para aislarse de todos y todo, yo me acerco y le digo que no se preocupe, que mañana será otro día, que yo seré otra.

sábado, 2 de febrero de 2008

Llevaba tiempo conviviendo con él, paseando, yendo al cine, refugiándose en la cafetería de la esquina los días de lluvia o acercándose a la playa cuando el sol se encaprichaba con dejar asomar alguno de sus rayos... Ahora le conocía a la perfección, no había un solo detalle que se le escapara: Conocía sus delirios, su costumbre de usar cordones verdes para los zapatos de vestir, la melancolía que le atacaba a traición cuando le hablaban de noches estrelladas... Pero en esas ocasiones en las que la intimidad era más fuerte con la desconfianza, ella prefería verle desde la distancia, dejarle espacio, intentar ser invisible para que él dejara florecer su versión original, la que no estaba contaminada de esperanzas y miedos ajenos, rencores y besos que ella había depositado inconscientemente en su personalidad.
Había analizado su conducta tantas veces que muchas cosas ya habían perdido el poco sentido que tuvieron al principio, aunque en lugar de rescribirle de nuevo, de inventar otro tono de voz menos duro, otras réplicas más amables, le dejaba ser y crecer, porque ya no tenía derecho a ponerle límites, ya había desaparecido el paternalismo y el sentirse dueña de sus miradas. Ahora ya sólo se limitaba a escucharle y a mirarle, atentamente, con mimo.
En realidad no se trataba de un simple diseño premeditado como lo habían sido muchos otros, éste más bien había surgido del día a día, del roce diario y nocturno, sobre todo del nocturno, cuando ya metida en la cama ella cerraba los ojos y se imaginaba los gestos de sus manos, el paraguas azul oscuro que seguramente le acompañaba en invierno, la forma en la que se concentraría al leer uno de sus poemas, el pasado que nunca confesó a nadie y el presente que tampoco se atrevería a compartir... Poco a poco fue conociendo más de él, y cada noche era un encuentro y eran conversaciones y eran acciones absurdas pero determinantes, y cada día significaba descubrir algo más, algo que le llevaba a otro adjetivo, a otra visión, a otro final... y aunque los demás no lo comprendían, ella veía (sentía) cómo lo ficticio se hacía real, cómo el personaje que había ‘nacido’ en la página 17 de su cuaderno rojo, en la 19 ya era una de las personas a las que mejor conocía, y en la 22 él también la conocía a ella...