domingo, 28 de diciembre de 2008

Unas cuantas horas y las dudas comenzaron a molestarle en el lado racional de su cabeza, con preguntas tontas y rumores improvisados para hacerle creer que podría deshacerse del amor en la última tormenta del año. De momento, dos besos enterrados en la carretera, bajo la nieve, no llegaron nunca a saberse ciertos y otros cuantos acabaron perdidos por los cables de la luz. En el área de servicio se dejó olvidadas las mañanas que sin salir de la cama se convirtieron en noches y tampoco se dio cuenta de que en la gasolinera las caricias furtivas de la primera despedida se salían del maletero. Lo que sí vio, pero dejó escapar adrede, fueron los mensajes con promesas cursis que llegaban a derretirle cada madrugada. Mientras, las canciones dedicadas que se mandaban uno a otro se mezclaban en la radio del coche con las listas prefabricadas de las emisoras y la lluvia conseguía por fin llevarse el agua de las duchas compartidas que hacían eso de enjabonarse una tarea que requería concentración.
Cientos de kilómetros después, cuando pensaba que había despachado todo aquello que podría causarle una milésima de melancolía, se dio cuenta de que todavía le quedaba una cosa de la que ocuparse: su nombre. Escrito a lo largo del parabrisas, entre las gotas que habían resistido los adelantamientos y esa niebla que queda entre los cristales, las mayúsculas dibujaban las letras de un lado a otro. No entendía porqué le costaba tanto esfuerzo apretar el botón que en un suspiro podía borrarlo, pero ese nombre había conseguido significar tanto en tan poco tiempo que se preguntó si de verdad quería acabar con él. Entonces, por los conductos de ventilación comenzó brotar el olor de su perfume, delicado, ligero, el aroma que solía quedarse impregnado en las sábanas de colores cada vez que su cuerpo le regalaba media hora más de calor. Sólo le hicieron falta dos respiraciones para arrancar y dar media vuelta. Si se daba prisa, los besos y las mañanas nocturnas seguirían esperando un nuevo dueño en la carretera.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

'´''´'''`''``''´

Hoy hace demasiados días que llueve, justo hoy. Hoy es el día en el que ya no cabe más agua en las alcantarillas, la lluvia acaba destiñendo las fachadas blancas de la calle y las aceras dejan de ser aceras y son pequeños canales sobre los que la gente parece bailar al ir saltando de charco en charco... Hoy no quiero nada, y vuelvo a perderme entre caprichos y rabietas… y no soy capaz de dar una zancada más grande para evitar el riachuelo que corre por la calle, y entonces acabo mojándome, y los calcetines de rayas vuelven a dormir sobre del radiador que arde.
Vaya, y yo pensaba que ya no era una niña.

martes, 25 de noviembre de 2008

365 días, dos otoños

Me acuerdo de aquel día, un domingo perdido y ventoso de noviembre (porqué será que últimamente todo tiene que girar en torno al domingo…), cuando pensé que no había nada que perder y me decidí a apretar el botón de ‘aceptar’, a conversar conmigo misma confiando en que no me decepcionaría demasiado si la charla acababa resultando aburrida, irregular o poco estimulante… No sé qué ha pasado y que ha dejado de pasar entre esa tarde y hoy, y creo que no me voy a parar a leer los párrafos de cada mes para averiguarlo. Me gusta más pensar en los que dentro de un año se acumularán en la columna de la derecha, los que entonces preferiré no leer para que continúen siendo como los recuerdo, sigilosos y modestos, pero sin cesar en su intento de describir sensaciones que no se contentan con hibernar en la piel y que acaban invadiendo el teclado.

Por si no te acuerdas de él te dejo aquí el primer otoño, porque no viene mal echar la vista atrás cuando el presente te promete mucho más de lo que te puede ofrecer un día borrado ya en el calendario… Mientras, ahora todavía se desliza nuestro segundo otoño, suavemente, entre tranvías y noches sin dormir.
domingo 25 de noviembre de 2007
Viento de otoño
Quizá el viento que hoy sopla en la ciudad ayude a que tus palabras vuelen hacia mí o que las mías se queden contigo si tu camino casualmente ha pasado por aquí. Los remolinos que forman las hojas secas bailando en la acera envuelven las sílabas, el jersey de punto que te abriga también acaricia los versos cuando se atreven a dejar tu boca y la taza de té caliente que sujetan tus manos hace más difícil que las poses sobre el teclado y te decidas a hablarme. No pasa nada, aún queda otoño por delante para que acerques tu voz sin miedo a que el viento se la lleve volando al País de Nunca Jamás.
PD: Gracias por seguir haciendo que tu voz vuele hasta aquí, arriesgándote a que cocodrilos o piratas se la lleven, y por dejar que la mía llegue hasta ti...

sábado, 22 de noviembre de 2008

Pétalos imapres

Miró la pequeña pantalla justo cuando cambiaba de número: 62. La mañana se hacía demasiado larga los viernes, como si alguien trucara el reloj para que el fin de semana fuera una recompensa que se acercaba a cámara lenta.
- ¿Me das una docena de rosas?
La pregunta la sacó de sus pensamientos y la devolvió al lugar que pisaban sus pies, rodeados de tallos rotos y espinas cortadas.
- ¿De qué color?
- Rojas
Aún le costaba comprender que existieran floristerías a modo de centro comercial, en las que la gente se agolpaba frente al mostrador y sólo se podía organizar a la clientela por número, como si los pétalos pudieran venderse por gramos… Envolvió las flores con el papel acartonado con rapidez, sin mirarlas, porque sus manos podían reproducir ese gesto sin pensarlo.
Otro número más. 63.
- ¿Tenéis margaritas amarillas?
Quizá lo que hoy le creaba esa antipatía hacia todo lo rutinario era saberse atrapada en un nuevo tropezón y no tener ni idea de cómo iba a levantarse. Demasiadas dudas para aclararlas entre el mostrador y la trastienda.
Cambio en la pantalla. 64.
- Estaba buscando una planta de interior, pero que no sea demasiado grande…
Seguía guardando dentro aquello de lo que había intentado desprenderse a lo largo de los últimos cuatro septiembres. Dejó de buscar precios en el catálogo y respiró profundamente. Los olores de las plantas la tranquilizaron y sus manos se relajaron al acariciar el jarrón con agua fría que contenía un par de hortensias violetas.
65.
- ¿Por qué no me dejas que te quiera?

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Ratones de campo y ciudad

Con papel verde y un pequeño lazo dorado. Debajo de un montón de ropa sin clasificar que siempre acaba guardándose en el último cajón de la cómoda, donde caben desde medias hasta botones sueltos, gorros de lana y pulseras demasiado extravagantes para lucirlas. Le recuerda a otro regalo que sigue reposando en su estantería, sólo que este estaba atado con una cinta roja. Nunca llegó a dárselo, quizá porque se dio cuenta a tiempo de que no era oportuno, no era el regalo ni el destinatario perfecto, qué va, sólo quería añadir un poco de emoción a los días de entre semana y pretendió hacer como si ese regalo sin motivo no escondía una razón bajo el papel de envolver… Menos mal que nunca se lo dio, piensa ahora, que aquellos días en los que lo llevaba en la cartera siempre acaban en una sonrisa tonta de camino a casa pensando “hoy tampoco…”. Pero este es diferente, para bien, lo que necesitaba, se dice… Y vuelve a pensar lo que guarda el último cajón de la cómoda. No es su cumpleaños -queda meses para eso-, falta un mes para navidad y tampoco es un aniversario de nada -¿cuándo se dieron el primer beso?, no lo recuerda, lástima, pero podría decirte que han pasado 10 horas desde el último…- Un regalo sin más, porque desde la noche en la que le contó aquella historia de cuando era niño supo que no podría resistirse a entrar en la librería al día siguiente y preguntar si existía la posibilidad de volver a traerle un poquito de infancia, ahora que dicen que llega el frío de verdad. Dejarlo en la puerta y salir corriendo, para no tener que cumplir con el ritual de dar las gracias y sonreír por compromiso, aunque está segura de que le gustará, sí, seguro…Quitar el papel y ver la portada, y luego encontrar la nota, leer la frase de la primera página y entonces sentir esa sensación de encontrarte con algo inesperado y preciso, exacto, que da justo en el centro, que de alguna forma te da aquello que estabas esperando, la confirmación de que esta vez parece que esto es de verdad…

… quizá está imaginando demasiado, quizá sólo es
un regalo envuelto en papel verde y con un lazo
dorado, sin precisión ni adivinanzas, sin ternura ni
niñez de por medio…


...es más que eso, es su forma de decirle “te quiero”…

domingo, 9 de noviembre de 2008

Hace horas que es de noche, que la lluvia se ha hecho con el paisaje, estropeando los fuegos artificiales que durante esta semana suenan cada día. La ventana abierta deja entrar algo de aire en la habitación y con el frío también se cuelan voces que pasan por la acera comentando algo que no entiendo, quizá sea un chiste, quizá una de esas confesiones nocturnas que sólo son posibles a esas horas en las que lo que digas parece quedarse entre tus labios y su bufanda. Nada más simple como ver pasar los coches por el cruce y algún que otro autobús de dos plantas despistado, haciendo la última ronda del día. Escuchar el silencio de la casa, con alguna conversación perdida escaleras arriba. Leer mensajes que van y vienen por la red, comentando rutinas y escondiendo dos o tres secretos al mismo tiempo. Comprobar que el viento no se cansa de hacer bailar las hojas del árbol que vive enfrente. Desconectar el despertador para que mañana sea la luz la que decida cuándo es el momento de abrir los ojos... Tan simple como colgar una fotografía en el armario para que te recuerde lo que tienes ahora, antes de perderlo...

lunes, 3 de noviembre de 2008

Lily's

Tiene el pelo corto y es tan delgada como el hilo que cuelga de su chaqueta setentera. Hoy va de rojo y gris, aunque suele llevar colores alegres, que siempre chocan con el cielo los días de lluvia. Sentada en el taburete, deja colgar las piernas sin que estas consigan llegar al suelo, quedándose tambaleando en el aire, como si fuera una niña subida a un columpio demasiado alto. Revisa los bastidores uno a uno, repasando cada una de las prendas, comprobando si su memoria sigue igual de viva, si puede acordarse de la historia de cada diseño. Y sí puede hacerlo. Guarda los bocetos en los cajones de su armario, los primeros, cuando solo son líneas sin cuerpos y los últimos, en los que podrías reconocer a cualquier modelo. Supongo que la tienda estará en silencio, sin relojes que molesten o música que logre entristecerle. Simplemente ella y sus toneladas de ropa. Camisas, vestidos y faldas sacadas de otra época, vistiendo maniquíes o colgadas en perchas distribuidas por el minúsculo cuarto en el que milagrosamente incluso hay un probador. Y en el escaparate, los cuerpos de esas mujeres estatuas van cambiando de color según el día, alternando ropa que incluso a tu abuela le parecería anticuada con prendas demasiado atrevidas para llevarlas al trabajo… Pero a Lily le da igual que los días pasen sin clientes o sin hacer sonar la caja registradora. Le encanta su local de paredes rosas y adornos amarillos, y sus letreros a la entrada dando la bienvenida. Se sienta en el taburete alto y ve pasar la gente por la calle cuando ya es de noche y todo el mundo regresa a casa cargado de bolsas y quebraderos de cabeza. Todo sería más fácil con un vestido rojo, piensa. Uno corto y con volantes, rojo … El que veré la próxima semana en su escaparate.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Esta mañana

La calle parece tan apetecible esta mañana que no dudarías en tumbarte sobre la acera y enroscarte con las hojas secas que cubren el suelo. Ya has pasado por ella más de una veintena de veces pero hoy parece distinta. Quizá esa impresión se deba a la neblina que la tiñe de blanco; quizá a que tienes demasiado sueño pegado a los ojos o a que, por primera vez, no luchas con el reloj para no perder el autobús que cada quince minutos te lleva de paseo hasta las aulas. Quizá es todo en general y no solo el hecho de que hace demasiado frío para sacar las manos del bolsillo. El estar aquí, sin nadie, con ellos, sin ti, solo contigo misma, o con ella, porque ahora ya piensas que eres distinta a como te marchaste. Y, sin ser consciente de ello, no puedes comparar esa sensación de tranquilidad con ningún otro momento. Una calle larga y llena de hojas delante de ti, una canción que acabará acompañándote hasta el anochecer y una mañana que, ni tú sabes porqué, te ha calado hasta los huesos. Al cabo de tres horas, cuando vuelvas, él aún seguirá remoloneando en tu cama, esperando a que llegues y le despiertes con un beso (sí, la mejor manera de librarse del frío...) Quizá esa sea la razón de que hoy la calle parezca más bonita de lo normal.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Septiembre

Casi las diez de la noche, del último domingo del verano, porque para ella el verano terminaba cuando el timbre de la escuela volvía a sonar al cabo de unos meses. En el escritorio se apilaban todas las cosas que había comprado durante la semana y que esa noche tendrían que dormir ya en la mochila. Desde la goma de borrar impecable, aun con sus bordes cuadrados, hasta el ramillete de lápices afilados. Las libretas (una de rayas y otra de cuadros) no tenían nada escrito, excepto su nombre en la primera página, y los libros, que estaban recién forrados, todavía conservaban el olor de la librería. En la silla, su madre le había dejado preparada la ropa del día siguiente y también un lazo a juego para que adornara sus incontrolables rizos.
Todo listo para que septiembre comenzara de verdad, para volver a las divisiones con decimales, a las clases interminables de gimnasia, a las excursiones con autorización paterna, a los dictados con cinco faltas como máximo, al mandilón manchado de plastilina, a los villancicos en navidad y las obras de teatro primaverales, a los partidos imitando a los niños, a las cartas de olor y los cromos de fútbol, a contar historias que son mentira, a decir verdades sin timidez, al juego de la botella en la parte de atrás, a la inocencia pintada con plastidecor... Cogió una de esas pequeñas pegatinas que coleccionaba y la pegó en una esquinita de la estantería, donde ya se amontonaba una hilera de monigotes. Cada último domingo de verano repetía el mismo ritual para ser consciente de que los cursos, los años, iban pasando, de que algún día se acabarían las pegatinas o ya no habría suficiente espacio en el mueble para colocarlas. Al fin y al cabo, eran tiempos en los que afortunadamente todo lo importante se concentraba en esperar a que llegara la hora del recreo.

martes, 9 de septiembre de 2008


No entiendo porqué, pero hoy no puedo explicar mejor esa idea con palabras. Por eso pongo el dibujo, para estar segura de que me entiendes. Así que ya sabes, en cuanto esto de alrededor se ponga bien lindo, me avisas. Estaré esperando en el club de los cobardes, segunda puerta a la izquierda. Si ves que la muy coqueta tarde en arreglarse, no te preocupes, no tengo prisa.

lunes, 25 de agosto de 2008

¿Lejos?

No necesita mirar el reloj para saber que es demasiado pronto, que las calles aun no han tenido tiempo para enfriarse, para despedir el calor que se acumula en el asfalto durante el día. De todas formas, el sofá es tan incómodo que prefiere levantarse antes de la hora fijada en el despertador aunque eso conlleve 60 gramos más de sueño entre sus párpados. No hay mucho que hacer, solo lavarse la cara, beber un vaso de agua helada y armarse de paciencia para conseguir bajar las maletas al portal sin sufrir demasiado por las escaleras. Afuera se está mejor, aunque la humedad también aprieta la ropa contra el cuerpo. Pasan un par de coches que rompen el silencio nocturno de una gran ciudad y a la vuelta de la esquina se alegra de ver un taxi. Luz verde. Al aeropuerto, por favor. Allá vamos. Prefiere no mirar atrás antes de doblar la calle, qué más da, en poco tiempo volveré, pero sabe que se engaña, que todavía no ha comprado el billete de vuelta. Casi no hay tráfico, así que el trayecto comienza a acortarse. La radio habla de crisis. Decide desconectar y entretener la mirada y el oído en el paisaje urbano que vuela por la ventanilla, contagiándola de tranquilidad y letargo, de sueño, de sueños...
Una pregunta del conductor hace que su cabeza tenga que reponerse, sin saber con cierta seguridad si ha llegado o no a dormirse. ¿Lejos? Sí, a una isla que ni siquiera sale en los mapas. Sería su respuesta perfecta. No, qué va, aquí al lado. Esta es su respuesta real. Cuatro giros más y llegan al aparcamiento de la terminal. Camina sin prisas por el aeropuerto vacío, sólo con algunos viajeros noctámbulos acurrucados en algún rincón. Cinco minutos de cola y se libra de las maletas. Cinco minutos más y consigue el café que se le antojaba desde antes de salir de casa. Ahora, cuando el cuerpo comienza a adormilarse en la cafetería, ahora sí que echa de menos ese viejo sofá que le ha servido de cama los dos últimos días. Durante la espera para embarcar se pierde entre suposiciones y divaga sobre la semana, la pasada y la próxima, y sobre el salto que separa una de la otra. No hay tiempo para más, mejor dejar de hilar aproximaciones y lanzarse a ver lo qué ocurre, a descubrir cómo se acostumbra al cuerpo a la rutina de la que quiso escapar con este viaje apresurado. Aunque le parece algo caprichoso, intenta ser de los primeros en subir al avión y así poder elegir asiento, con ventanilla, para no perderse la vista aérea de las luces que dibujan una gran mancha de casas anónimas y avenidas. Con el despegue se propone despedirse de todo lo que no le ha gustado de sí misma durante estos días, lo que pretende dejar allí para no volver a sentirlo o, al menos, para reencontrarlo el verano que viene y, de ese modo, no tener que acarrear todo el otoño con historiales detallados de sus errores....... pero el avión se eleva demasiado rápido para que pueda contabilizar todos los fallos, así que la mitad se quedan en la pista y la otra mitad bajo su asiento, esperando a que el vuelo termine para encaramarse hasta su mochilla y acompañarla durante los meses de frío.

jueves, 17 de julio de 2008

“Me han bastado las cuatro
primeras palabras de tu mensaje
para querer volver al pasado.
Te he echado de menos.
Te pienso, te beso.”

sábado, 5 de julio de 2008

Una noche cualquiera, a las 23.39

- Siento el retraso. Hemos tenido problemas con la iluminación.
- Ah, vale. No se preocupe. En estas salas pequeñas siempre hay imprevistos.
- Sí, comienzo a darme cuenta... Tome asiento, serán sólo unos minutos. Yo tengo que hacer una llamada breve y enseguida comenzamos.

Me quito la chaqueta y me siento. Mis manos vuelven a retorcer nerviosas el programa, que ya tiene que soportar bastantes arrugas. Intento no mirar el móvil, no asegurarme de que está encendido, con batería suficiente, con cobertura, con todo lo necesario para que su llamada me llegue a tiempo. Lo saco del bolsillo por enésima vez y veo que no hay ningún mensaje. Lo vuelvo a guardar. ¿Qué estará haciendo? ¿Me recordará?
Se apagan las luces. Una extraña música india comienza a sonar. Saco el bloc de notas para apuntar datos que incluiré en la crítica de la obra.

Mi móvil vibra.

lunes, 23 de junio de 2008

Una noche cualquiera, a las 23:38

Ya tenía que haber llamado.
Miró a su alrededor y esta vez percibió de forma distinta la casa que la había cobijado durante toda su vida: los manteles de ganchillo en cada mesita, el jarrón con hortensias moradas a la entrada, los cojines perfectamente colocados sobre el sofá... Se sentía orgullosa de mantener su hogar impecable, como un símbolo de su perfección, una perfección que ahora mismo nadie podía admirar. Fijó su mirada sobre el teléfono. Su hija Ana siempre la llamaba a las once de la noche, antes de que comenzara su función de teatro. Esa dichosa obra era la culpable de que ella se fuera de casa meses atrás. Su habitación aun guardaba el olor dulzón de su perfume… Entraba allí de vez en cuando, en esos momentos en los que la casa se le hacía demasiado grande para una sola persona con tantos recuerdos sobre las paredes. Si Tomás estuviera aquí todo sería distinto… Todavía le costaba darse cuenta de que esto no era algo pasajero; Ana no entraría por la puerta pidiendo perdón por llegar tarde, arrojando excusas o mentiras piadosas que la libraran de un posible castigo; ni Tomás la regañaría cariñosamente por su retraso, soltando una vez más el sermón de la puntualidad, o el de la sinceridad…
Éste era el principio de su nueva vida, una peor, sin duda, en la que tendría que aprender a estar sola, como ahora mismo. Nadie que admirara su perfección, nadie que le secara la lágrima que surcaba las arrugas de su mejilla… No se oía ni un solo ruido, excepto el tic-tac del reloj de cuco del salón. Eran las doce menos cuarto.
¿Qué estaría haciendo en aquel instante para olvidarse de llamar?

viernes, 13 de junio de 2008

Una noche cualquiera, a las 23:27 (1)

ÉL está en la azotea, fumando un cigarro. Es de noche y hace frío, pero el simple acto de mirar el tráfico pasar le entretiene, le aleja de lo que tendría que estar pensando ahora mismo, de la decisión que tendría que tomar cuanto antes. El cielo está encapotado, no puede asomarse ni el simple y lejano parpadeo de una estrella.
Llega ELLA, tapada con un jersey de lana blanca, con el pelo revuelto y los ojos llorosos.

ELLA: Pensé que te habrías ido.
ÉL (sin apartar la vista de la calle): Ya ves que no…

Guardan silencio, cada uno dirigiendo la mirada hacia un lado de la ciudad.

ELLA: No sé qué quieres que diga…
ÉL: No tienes porqué decir nada, realmente casi sería mejor dejar las cosas como están.
ELLA: No quiero que esto termine así. Siento lo que dije antes, ya sabes que cuando me cabreo hablo sin pensar.
ÉL: (gira la cabeza y la mira) Creo que es al revés, que cuando te cabreas te atreves a decir lo que realmente piensas.

ELLA baja la cabeza.

ÉL: Sólo me jode que no me lo hayas dicho antes.
ELLA: No estaba segura de lo que sentía.
ÉL: Claudia, no me sigas mintiendo. Llevas con esto en la cabeza desde hace semanas. ¿Crees que no había notado nada? Cuando alguien deja de quererte te besa de otra manera. Y tú llevas dos días sin rozarme los labios.

A ELLA se le caen un par de lágrimas por la cara.

ELLA: …lo siento…

ÉL extiende su mano y le acaricia la mejilla.

ÉL (susurrando): No pasa nada... Yo tengo la culpa tanto como tú, estos días mis labios tampoco han rozado los tuyos… No estoy enfadado contigo, sino conmigo, por no saber quererte y hacerme querer...
Anda, vamos dentro, que hace frío y, además, la vecina cotilla de enfrente no deja de mirarnos.

ELLA (con una tímida sonrisa en su cara): No seas malo, ya sabes que está muy sola y no debe tener nada más que hacer que pasarse el día mirando por la ventana…



Mientras cerraba las cortinas les vio salir de la terraza medio abrazados y pensó en lo bonitas que son las reconciliaciones nocturnas, aunque fuera sin estrellas. Se alejó del balcón y miró el reloj: las 23:38. Ya tenía que haber llamado.

domingo, 1 de junio de 2008

El vagón número cuatro

Se sentó en el borde de la cama y dejó su mirada vagar por la habitación. Necesitaba llegar a casa para robarle al día un momento como ése. Quizá demasiadas horas sin dejar de pensar en él hacían que se olvidara de que el atardecer no iba a esperar a que ella pudiera seguir adelante. La idea de que, por atender demasiado a un imposible se estaba perdiendo otras cosas más importantes, ardía en su estómago cada vez que hacía el trayecto de vuelta. Porque cada día, o cada noche, la sensación de contrariedad le invadía en el vagón número cuatro. Aún no había adivinado si era la rapidez con la que el paisaje pasaba por delante de sus ojos, si tal vez influía el silencio acordado de los pasajeros o la cabezonería del itinerario resabido que nunca se alejaba ni un milímetro de las vías. Todo el conjunto provocaba que su ánimo se demoliera aún más, y en cada parada la espalda se le cargara de intentos fallidos, en los que ella no supo manejar la situación o en los ella se dejó manejar tanto como una marioneta pelirroja de trapo. Y esta vez el esquema se repetía a la perfección. Aunque al principio quisiera verlo como diferente, en el fondo siempre supo que se trataba de otro ‘imposible’ más, uno nuevo para añadir a la colección de las historias que nunca fueron más que en sueños. ¿Qué más necesitaba para apartar el asunto a un lado? … Tenía las ganas de abandonar durante un tiempo la dependencia de lo caprichoso; quería descansar y no tener que pensar siempre en las segundas intenciones de cada respiración y planear la respuesta atenta, con la sonrisa adecuada y el movimiento perfecto, que nunca era lo suficientemente perfecto; le apetecía librarse de esa sensación de hastío y de fracaso por empeñarse en cosas que no la llevaban a ninguna parte, excepto al vagón número cuatro, donde se le acumulaban los porqués que no había aprendido a responder a tiempo. Por mucho que lo intentara, no podía convencerse a sí misma de que no había causas para todo, que no siempre puedes pedir explicaciones al otro de por qué no te quiere querer.

sábado, 24 de mayo de 2008


No me preguntes por qué, pero me pongo a escribir y no tengo nada que contar.

Así que mejor me callo. Hoy prefiero dejar que hables tú y dedicarme a escuchar.

Que me cuentes en lugar de contarte.

Sólo

por

hoy...

domingo, 11 de mayo de 2008

- ¿Puedo preguntarte una cosa?
- Sí, claro. No sé por qué, pero hoy parece que lo que nos sobra es sinceridad.
- Quizá no tendría que sacar el tema, pero siempre quise decírtelo.
- Prometo que lo que nos digamos ahora no podrá servir como reproche mañana por la mañana.
- ¿Te acuerdas de aquella noche en la que dimos un paseo por el parque?
- Sí…
- No vayas a pensar ahora que era un acosador o algo parecido, pero cuando nos despedimos, cuando te fuiste hacia tu casa y yo hacia la mía, di la vuelta en la primera esquina y continúe calle arriba un rato hasta encontrarte a lo lejos. A esas horas sólo estabas tú en la acera, caminando despacio, balanceándote…
- Estaba escuchando una canción y tenía ganas de bailar…
- Me lo imaginé, me hizo gracia. Crucé la calle y seguí andando. Te vi de perfil, sonriendo mientras tarareabas la letra.
- Seguro que no me la sabía; simplemente cantaría un ‘ta ra ra ra’…
- Justamente eso, sí. Era gracioso, porque cualquiera que te hubiera visto habría pensado que estabas loca, dando saltitos…
- ¡Era para pisar sólo las baldosas de color rojo! Es una manía tonta, lo sé, pero…
- Cuando llegaste a la plaza me paré y vi cómo te alejabas, hasta perderte de vista. Y me quedé con ganas de decir tu nombre para que te giraras y vinieras a hablar conmigo, aunque sólo fuera para darme otro ‘buenas noches’ cerca de mi oído, como el que me habías dado diez minutos antes. Ya ves qué tontería, porque al final, cuando volví a casa nos encontramos por casualidad. Siempre le agradeceré a tu amiga Laura que vivamos en el mismo edificio.
- ¿Así que te lo creíste?
- ¿Cómo?
- Cuando me viste sentada en el escalón del portal, ¿creíste que había ido a ver a Laura?
- ¿No era verdad?
- Bueno, supongo que ahora me tendré que aplicar lo de la sinceridad a mí… Esa noche, cuando iba hacia casa escuchando música noté que alguien me seguía. Miré el escaparate de una tienda y te vi reflejado. Así que seguí andando, como si nada, aunque moviendo algo más las caderas pero, vaya, ya sabes lo mal que yo actúo… Pensé que en algún momento me dirías algo y tendría que dejar de hacerme la tonta, podría darme la vuelta y acercarme a ti. Pero la calle ya se iba terminando y había dejado de oír tus pasos. Cuando doblé la esquina vi que ya no estabas, así que di media vuelta y eché a andar calle abajo. Atajé por el parque y llegué a tu casa antes. No sé me ocurrió otra excusa mejor que lo de Laura.
- No me lo puedo creer…
- No sé por qué no me atreví a decirte la verdad, que no me apetecía irme sin repetir ese ‘buenas noches’…
- Bueno, no viene mal enterarse de eso siete años después, aunque se chafe el mito del destino y todo ese rollo.
- Vaya, siento haberle quitado magia al momento.
- No, da igual, prefiero saber que tú también eras capaz de seguirme sólo por un beso…
- Eh, que al principio sólo iba a ser un ‘buenas noches’.
- Después de esperar quince minutos detrás de la iglesia a que llegaras a mi casa, no iba a dejarte ir sin un beso.
- Entonces, ¡¿lo sabías?!
- Es que actúas demasiado mal…

jueves, 1 de mayo de 2008

...me sentaré cerca de ti, pero no demasiado, para no dar a entender lo que quiero que entiendas; a una distancia a la que pueda oírte sin tener que pedir que repitas tu última frase en mi oído. Comenzaremos a hablar de cualquier cosa, da igual, y al cabo de unos minutos de conversación, sacarás un tema algo más personal, o esta vez seré yo quien lo haga. Una pregunta acerca de tu sonrisa distraída de esta mañana, o de lo callado que estabas ayer. Puedes contestar algo abstracto, para que yo tenga que repreguntar con un gesto pícaro, porque ya me conozco la táctica de hacernos los misteriosos. Poco a poco, de lo abstracto a lo concreto, nos vamos soltando, mientras la gente que pasa alrededor no se da cuenta de lo que nos espera. Me lanzas una pregunta y te devuelvo una semi-respuesta, un “puede”, varios “quizá”, y así continúa la noche, entrecortada, con lentitud, cariñosa, pero sin que el atrevimiento pueda con nosotros y nos obligue a sentarnos uno enfrente del otro, con dos copas en medio, poniendo pronombres a los “alguien” y números con decimales a los “cuánto”. Porque dejar interrogaciones por el camino ayuda a que quiera, cada vez más, seguir tus pasos para descubrir a dónde me podrían llevar. Supongo que esa manera extraña de hablarnos, de forma indirecta, a veces tan espontáneamente forzada, es la que hace de esto algo diferente, algo que inevitablemente genera expectativas de más, de confianza pero también de recelo, de ese ‘quizás’ tan imposible que viene y va, según la noche…

Tú mirando hacia un lado de la habitación y yo observando el contrario, una situación que no nos impide no perdernos de vista, con los otros sentidos, porque tu brazo ya lleva un tiempo posado sobre el mío, haciendo siluetas sobre él para complementar las explicaciones habladas, como si las táctiles contaran menos. Pero siempre nos quedamos a medias a la hora de romper la barrera de lo objetivo. Por eso pido un segundo intento con otra de esas charlas interrumpidas, inacabadas, que dejan la miel en los labios para que la próxima vez seas tú quien pregunte y yo quien medio responda un “casi seguro, pero…”, dejando entreabierta una puerta a una de tus contestaciones más precisas, para seguir sentados un rato más, mirando a lados opuestos y rozando nuestras voces. Y no hablo de ir más allá, de cruzar portales o descolocar sábanas, no, esta vez solamente se trata de escuchar y hablar, de contar y guardar, y luego volver a esconder y volver a mostrar.

lunes, 21 de abril de 2008

Lunas bajo el brazo y canciones detrás de la puerta

El itinerario de siempre, aunque sea sin guión bajo el brazo. La salida de emergencia escondida detrás de tu espalda. Las ventanas selladas para que no se desborden las ganas de romper con todo.
No falta nada, todo listo para darle al play y demorar un poco el amanecer, regresar a los largos quejidos de la guitarra, los escalofríos de ternura, la media sonrisa y el reto de salir indemne de allí. Sabía que eso sería imposible, pero no creía que fuera a lastimarme tanto. No sabía que arrastraría esta sensación de estar y no estar durante tanto tiempo, que sería el comienzo de algo mayor, de un bache que te obliga a rectificar la ruta. No pensaba que fuera a dejar una huella tan honda que necesita rellenarse de silencio urgentemente para no agrietarse aún más.
Quizá su voz no fue el detonante de este estado. Seguramente todo lo fallido viene de antes, agarrado a la manga de mi abrigo, pero desde que sonó sigo colgando de un hilo, sin saber cómo volveré a bajar al suelo, contagiándome de un vértigo sin tratamiento.
Sí, ya lo sé, por mucho que la escuche cinco veces seguidas no me acostumbraré a esa estrofa que hace que mis ojos se rindan al drama más absurdo y contenido que se decanta por lo incomprensible. Y aún así, en cuanto acaba vuelvo a ponerla.

Creo que esta noche te dejaré la luna en el cielo. El esfuerzo de llevarla hasta tu habitación no merecería la pena; pesa demasiado y me flaquean las fuerzas.

jueves, 17 de abril de 2008

Van a ser sólo unos minutos, pero los suficientes para conseguir entrar en ese estado en el que no sabes muy bien dónde estás (tampoco te importa demasiado) y los ruidos a tu alrededor se van convirtiendo en leves susurros, lejanos, que no llegas a distinguir. Algún coche en la calle, un par de golpes en la casa del vecino, las conversaciones de los viandantes que cruzan por delante de la puerta… En ese momento querrías conseguir no pensar en nada, dejar la mente en blanco, pulsar el botón imaginario de ‘on-off’ de tu cabeza, y sentir sólo el peso del cuerpo, olvidarte de lo que pudo pasar antes, lo que no pasó, lo que podrá pasar después… Y en medio de todo eso logras oír el silencio, porque es un silencio tan denso, y a la vez tan frágil, que casi lo puedes palpar, notas cómo te rodea… No te atreves ni a mover un dedo, ni a respirar un poco más fuerte de lo normal para que ese silencio no se vaya, para que se quede arropándote, aunque te haga cosquillas al rozarte el brazo. Y te das cuenta de que quedan poco más de cinco minutos para que comience a sonar el odioso bip bip, y al subir las persianas descubras que el cielo sigue algo tembloroso, sin decidir si debe echarse a llorar o pintarse de azul... Oyes el viento que sopla fuera, intentando llevarse el sigilo que se ha convertido en un dulce compañero de cama. Pero de momento él se resiste, duerme contigo… Ya se despertará más tarde, cuando se haya cansado de no hablar, cuando llamen al timbre y el paréntesis de sueño se cierre por hoy, cuando la habitación se llene de sílabas que le intimiden.

lunes, 7 de abril de 2008

Ups!

Perdona,
tendría que habértelo dicho antes.
Resulta que se me pasó por alto,
quizá quise despistarte
o soy yo,
que no sé ver las cosas
antes de que sucedan…

Lo dicho,
que lo siento,
pero me dispongo a marcar
el punto y aparte,
o el final
(según vaya el párrafo)
y es que
acabo de darme cuenta:
me he quedado
sin reservas de inocencia.

Creí que al fondo de la alacena,
junto a las majaderías,
habría algo de ingenuidad
pero
-no te lo vas a creer-
debí gastarla con el último de tus besos.

El problema no es ese;
ya tuve más veces la estantería vacía,
pero esta vez
he decido no reponerla,
por aquello de no convertirte
en la piedra que me haga tropezar
dos, tres, cuatro o cinco veces.

Será una tontería,
-pensarás-,
pero prefiero el olvido
antes que el odio.


Así que, hasta la vista.

Sin más.

martes, 1 de abril de 2008

Ella/yo

Si algún día encuentras a una chica que dice ser yo, y lo afirma con una seguridad aplastante, dando la impresión de que no podría caber entre sus dientes ni una sola mentira; si la ves y piensas que sí, que puede ser, porque no notas ni una sola mueca que te haga sospechar, porque incluso tiene esa pequeña cicatriz que me hice de pequeña en el párpado, porque, a pesar de tu cara de asombro, te intenta convencer de que ella es yo y mientras lo hace manosea sin parar el anillo de su mano izquierda, y tú ya no sabes si aquello es una broma pesada o si tendrías que empezar a dudar de ti mismo… Si algún día te encuentras a esa chica, con mi nombre, mi cara y mis gestos, preséntamela. Tengo ganas de conocerme a mí misma.

domingo, 23 de marzo de 2008

Muy bien, cerraré la maleta y meteré en la cartera los bultos pequeños. Espero no olvidarme del paraguas (por suerte, sigue lloviendo). Sí, quizá lleve un libro para el viaje, de un tiempo para acá se me hace aun más pesado. Cuando llegue será de noche, cogeré el metro y en un par de paradas ya estaré en casa. Entraré y la habitación estará a oscuras, con las persianas bajadas, todo tal cual lo dejé: la mesa algo desordenada, creo que algún jersey sobre la cama, la alfombra doblada y como siempre el póster de los Beatles se habrá caído al suelo. Seguramente no deshaga la maleta hasta mañana, aunque luego me arrepienta al ver la ropa con tantas arrugas… Un té para entrar en calor, algo de música tranquila que me acompañe, un vistazo por la terraza para ver si allí el cielo también sigue enfadado y justo entonces, cuando ya haya hecho el ejercicio de normalidad, cuando lleve todo el día evitando rescatar palabras, cuando haya aguantado las ganas de escuchar esa canción, cuando ya casi sea la hora de dormir y el sueño podría librarme de ello, entonces caeré en la trampa de volver a preguntarme por estos días tan extraños, por qué ahora sí y antes no, por qué tú… por qué vuelvo de nuevo a tener esa sensación de no saber qué hacer…

jueves, 13 de marzo de 2008

¿Bailas?

Me reí, pero es que me encantó la proposición. Hacía tiempo que no bailaba, o al menos, hacía mucho tiempo que no bailaba así, a media noche, con la música a medias por los auriculares, en plena calle, en esa esquina que tanto nos gusta porque se ve la fachada de hierba enfrente... La canción nos balancea de un lado a otro, suavemente. Un cosquilleo recorre mis brazos, sopla una brisa leve que se cuela entre nosotros y entonces aún te acercas un poco más, para abrazarme con fuerza, para librarme de escalofríos que no tengan que ver con las caricias. Viene la estrofa final, que termina lentamente, como nuestro baile. La última vuelta es tranquila, a cámara lenta, no hay prisa, un fade out pausado hasta que llega el silencio y entonces, sin esperarlo, la canción comienza de nuevo, una segunda oportunidad para coger el ritmo, para retrasar el 'buenas noches', para tener unos cuantos minutos más en la reserva de sueños...

jueves, 6 de marzo de 2008


Esperando a que la vida dé una vuelta del todo, para poder recorrer todo el círculo al menos una vez y así, en la segunda ronda, poder elegir los días de noche o de luz...

jueves, 28 de febrero de 2008


Un avión cruzó el cielo a las 12:36. Cuando habíamos visto algún otro habíamos intentando adivinar hacia dónde se dirigiría, en qué aeropuerto atestado de gente se bajarían los viajeros para recoger sus maletas y echar a andar hacia su casa, hotel, o pensión correspondiente. Pero esta vez no hicimos una lista de posibles destinos en el margen de la servilleta, ni intenté imaginar la vista de la ciudad desde el aire. Supongo que cuando un avión cruzando el cielo sólo te remite al recuerdo de tu llegada y no te aviva el deseo de una retirada a destiempo es una señal de que no deseas estar en otro lugar. Abajo, a pesar del frío se estaba a gusto en la calle, paseando, tratando de perseguir los rayos del sol por la plaza, moviéndonos de banco en banco según avanzaba de este a oeste. Había poco ruido, pero se oía el murmullo suficiente para generar la sensación de calma y de movimiento a la vez, para poder observar el ritmo de una ciudad sin tener que integrarte plenamente en él. Y esa distancia hacía que nos crecieran un poco más las alas, que no necesitáramos pensar en vuelos artificiales o contar los pasos entre el uno y el otro. No tenía por qué pararme a pensar en un avión que cruzaba el cielo sobre nuestras cabezas cuando tus labios, tan cerca, sabían a manzana...

viernes, 22 de febrero de 2008

Una instántanea del viaje

No era como me esperaba, no tan bonita como las postales muestran, ni tan cosmopolita o moderna como prometía. Tampoco te encuentras con la belleza a cada paso, ni en cada esquina, pero si buscas bien vas encontrando rincones que te seducen poco a poco, y cuando ya cruzas esa calle por cuarta vez (porque la ciudad no es tan grande como parece y pasas por los mismos lugares varias veces al día) entonces ya sabes que girando a la derecha os toparéis con la estatua de bronce al final del callejón pero si decidís tirar por la izquierda llegaréis a la calle de los restaurantes caros, con los puestos de marisco a la entrada y los camareros estirados dispuestos a todo para que cenes en su local. Las luces de neón de esa calle no me gustaron al principio, pero al volver a media noche del pub -sí, ése que tiene el Record Guiness en variedad de cervezas- los carteles iluminaban de otra forma ese mismo camino -ahora sin gente, sin manteles- con piezas de hielo por el suelo, devolviéndonos el eco de la canción de turno… Hacía tiempo que no montaba en tranvía y que no me colaba en el metro de forma tan descarada, que no reía tanto con esas bromas que van surgiendo en cada vistazo al mapa y que ya son un comodín para arrancar una risa en cualquier momento del día, aunque estés medio dormido en un tren extraño, compartiendo auriculares y música, o tiritando de frío pese a que el gorro y la bufanda sólo dejan asomar tus ojos… Y a veces ocurre esto, que un viaje que prometía lo justo te regala mucho más de lo esperado y se convierte en unos días mágicos, en los te da pereza pensar en la vuelta y simplemente te dejas llevar por la calles, haciéndolas tuyas aunque aún sepas que no te pertenecen, y no sólo ocurre por el decorado de fondo (por los canales y los monumentos) sino por los que posan contigo para la cámara, sonriendo por cualquier chorrada, con muecas raras, dándote un abrazo porque sí, porque estamos lejos de casa y estamos juntos, o porque las conversaciones agradables a media luz y a media copa se suceden y eso me hace creer que algún día volveremos a esa ciudad y le haremos otra foto al atardecer…

martes, 12 de febrero de 2008

Adiós

Maletas, pasaporte y aeropuerto. Todo listo, todo desorganizado, demasiadas cosas pendientes para dejarte coger el avión y marcharte a donde hace tiempo tenías pensado. Aunque te convenzas de que es un ‘hasta luego’, pesa la idea de que se convierta en un ‘adiós’ definitivo pero involuntario. La despedida inconsciente que ambas intuíamos ya había sido mucho antes, cuando la confianza que había entre las dos se desvaneció por errores comunes, cuando no supe responder a lo que me exigías, o cuando no pude comprender lo que tú esperabas de mí… Y ahora es demasiado tarde para sacar todo eso a la luz y solucionarlo, porque no es el momento, porque hoy te vas (realmente hoy ya te has ido), porque ni quiero hacerlo ni me atrevo, porque no sería justo para ti, porque aquello es lo innombrable en nuestras conversaciones, que fluyen por inercia por los mismos caminos de siempre, pero sin recorrer ninguno nuevo. Y supongo que ése fue el fallo, que no añadimos nada nuevo y ya todo se basa en recordar lo pasado, porque hoy por hoy es lo que más nos une. Pero ahora prefiero abrazarte un rato largo y decirte que te echaré de menos, y caerán al suelo unas cuantas lágrimas de esas que se contagian en las despedidas. No estoy segura de si es el momento o no, si de nuevo quiero engañarme y tendría que recuperar las explicaciones y las culpabilidades, haber dejado un poco de falsedad en el andén y ser sincera contigo y de paso conmigo misma. O tal vez las dos entendemos la situación y dejamos pasar de largo las oportunidades de rehacer, pensando que ya poco se puede arreglar. Pero en el fondo sé que me faltó darte una carta para que la abrieras en el avión contándote todo esto y más, me faltó decirte esto en persona ayer en el último café, me faltó contarte lo que no cuento aquí, me faltó haberlo hecho mejor (o no haberlo hecho) para que hoy no tuviera que contarlo, para que nuestro ‘adiós’ hubiera sido diferente.

Y otra vez, demasiado tarde.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Mi cara B

Mi cara B dice que hoy no quiere hablar, ni que le hablen, porque todo lo que escuche va a ser malo, inútil, vacío, tonto, sin sentido, repetitivo. Mi cara B odia mirarse en el espejo, e incluso intenta evitar ver su reflejo en cualquier cristal, escaparate o fotografía. Mi cara B también odia que la miren, por eso sus ojos se clavan al suelo constantemente y se sube el cuello del abrigo, refugiándose de un posible y desafortunado encuentro. Mi cara B se empeña en sacar todos los defectos de aquello que ayer sólo tenía virtudes, porque sí, simplemente porque ella quiere, sin ningún otro motivo aparente (aunque quizá encontraríamos alguno más lógico en las profundidades...).
A veces mi cara B se cree mejor que los demás y a la siguiente respiración se siente tan pequeña y avergonzada que tendríamos que utilizar una lupa para poder ver su autoestima, engullida entre inseguridades. Mi cara B no entiende nada, pero es que nunca quiso hacerlo. Ya todo le da igual, lo que él crea, lo que tú pienses, lo que ella misma sienta. Y a estas horas, cuando mi cara B ya está cansada de pelearse y discutir consigo misma, y echada sobre la cama se tapa con la manta hasta la cabeza para aislarse de todos y todo, yo me acerco y le digo que no se preocupe, que mañana será otro día, que yo seré otra.

sábado, 2 de febrero de 2008

Llevaba tiempo conviviendo con él, paseando, yendo al cine, refugiándose en la cafetería de la esquina los días de lluvia o acercándose a la playa cuando el sol se encaprichaba con dejar asomar alguno de sus rayos... Ahora le conocía a la perfección, no había un solo detalle que se le escapara: Conocía sus delirios, su costumbre de usar cordones verdes para los zapatos de vestir, la melancolía que le atacaba a traición cuando le hablaban de noches estrelladas... Pero en esas ocasiones en las que la intimidad era más fuerte con la desconfianza, ella prefería verle desde la distancia, dejarle espacio, intentar ser invisible para que él dejara florecer su versión original, la que no estaba contaminada de esperanzas y miedos ajenos, rencores y besos que ella había depositado inconscientemente en su personalidad.
Había analizado su conducta tantas veces que muchas cosas ya habían perdido el poco sentido que tuvieron al principio, aunque en lugar de rescribirle de nuevo, de inventar otro tono de voz menos duro, otras réplicas más amables, le dejaba ser y crecer, porque ya no tenía derecho a ponerle límites, ya había desaparecido el paternalismo y el sentirse dueña de sus miradas. Ahora ya sólo se limitaba a escucharle y a mirarle, atentamente, con mimo.
En realidad no se trataba de un simple diseño premeditado como lo habían sido muchos otros, éste más bien había surgido del día a día, del roce diario y nocturno, sobre todo del nocturno, cuando ya metida en la cama ella cerraba los ojos y se imaginaba los gestos de sus manos, el paraguas azul oscuro que seguramente le acompañaba en invierno, la forma en la que se concentraría al leer uno de sus poemas, el pasado que nunca confesó a nadie y el presente que tampoco se atrevería a compartir... Poco a poco fue conociendo más de él, y cada noche era un encuentro y eran conversaciones y eran acciones absurdas pero determinantes, y cada día significaba descubrir algo más, algo que le llevaba a otro adjetivo, a otra visión, a otro final... y aunque los demás no lo comprendían, ella veía (sentía) cómo lo ficticio se hacía real, cómo el personaje que había ‘nacido’ en la página 17 de su cuaderno rojo, en la 19 ya era una de las personas a las que mejor conocía, y en la 22 él también la conocía a ella...

domingo, 27 de enero de 2008

Derechos y obligaciones

Unas cuantas normas que cumplir o incumplir (según la noche) si volvemos a tropezarnos con la misma piedra -o con la misma suerte- que logre juntarnos de nuevo sin haberlo pedido…sin que tú lo hayas pedido…

Tienes total libertad para pasar por alto cada uno de los detalles de nuestros encuentros (ya sabes que yo los guardo todos, en esa cajita de soles, en ese cuaderno rojo). Puedes marcharte por la noche sin despedirte porque conozco tu incapacidad para decir adiós, tu miedo a no saber decirlo de forma sincera, tu caída de ojos hacia el suelo en el momento en el que tú doblas esa esquina y yo comienzo a andar por la avenida contraria. Tienes derecho a permanecer en silencio, he perdido la esperanza de que me cuentes tus secretos. Nada de lo que digas podrá ser utilizado en tu contra, porque sabes que nunca llegaré a odiarte, aunque a veces lo intento y a veces llego a creer que lo consigo. Puedes tomarte el tiempo que quieras para pensar si debes o no sentarte a mi lado, he educado a mi paciencia para que pueda soportar tantas idas y venidas. No me asustas con tu teoría de lo ‘complejo’ así que presume todo lo que quieras de tu encriptada personalidad -me gusta intentar adivinar el sentido de tus palabras y que más tarde tus gestos me lo confirmen-. A partir de ahora te dejo que elijas el lado de la cama y el itinerario; ya me sé de memoria la ruta para llegar hasta ti, aunque sí necesito una invitación porque no me gustó colarme en tu cuarto la última vez… Sigue creyendo que tienes razón porque siempre, siempre, al empeñarte una y mil veces en demostrármelo terminas tu teoría con una idea contradictoria. Vete, vuelve, ven y marcha de nuevo, fuerza otro comienzo con una poesía de segunda mano y luego da un salto hacia atrás para hacerme creer que estamos en el mismo sitio, con las mismas manías y los mismos miedos, que esto es una sucesión de huellas que no marcan ningún tesoro, aunque yo vaya un paso por delante…
Pero eso sí, si todo esto vuelve a repetirse, no te permito que te vayas sin darme un último beso. No soy tan generosa.

miércoles, 23 de enero de 2008

‘De haberlo sabido no hubiera dado todo en un principio…’

De haberlo sabido quizá no hubiera ido aquella tarde a un encuentro a ciegas, ni me hubiera lanzado a escribirte tonterías a escondidas. Tampoco me hubiera saltado sin mirar atrás la aduana de lo leal, ni querría haber encontrado en mí y en ti aquello que no supe ver en los demás.
De haberlo sabido, y suena extraño, no hubiera contestado a ese mensaje, quizá yo no hubiera escrito el primero de todos ellos, pensando que serían mejor las ganas que el efecto secundario y que serían peores las consecuencias que los rendimientos. De haberlo sabido me habría alejado de ese juego mucho antes de empezarlo, de verme inmersa en él y no querer salir, y comenzar a incumplir las reglas varias veces, haciendo trampas a medida … De haberlo sabido no hubiera llenado cuadernos de ti (‘cómo gasto papeles recordándote…’), no hubiera ordenado pilas de recuerdos para que ninguno se extraviara, y ahora no dedicaría tanto tiempo a pensar si el arrepentimiento es algo necesario o inevitable, contingente o forzoso, como un ciclo que vuelve a repetirse… ‘Peor que el olvido fue frenar las ganas de verte otra vez, peor que el olvido fue volverte a ver’… Esta vez no me faltan motivos porque los restantes se los inventará mi imaginación para hacer esto más sencillo, sin dramas ni melodramas, sin intenciones ni tentaciones, simplemente como un proceso automático de olvido infalible. Aunque sea mentira, déjame pensar que de haberlo sabido no habría vuelto a hacerlo.

sábado, 19 de enero de 2008

Yo estoy ahí. ¿Y tú?

viernes, 18 de enero de 2008

él y ella; ella y él

Se cruzaron en el pasillo y ninguno de ellos se molestó en parar y comenzar una conversación. En realidad, hacía meses que no cruzaban ni una palabra, excepto el monótono ‘hola’ de todas las mañanas. Las charlas interminables del año anterior permanecían enterradas y sólo ellos dos sabían que habían existido, aunque no quisieran reconocerlo. Aquellos encuentros ya parecieran irreales y ahora no tenían ningún sentido, sólo hacían crecer la incomodidad entre ellos dos. Cada día se encontraban casi en el mismo lugar y cada día la secuencia se repetía: te miro, me miras, te saludo, me saludas, miro al suelo, miras al suelo. Y punto. Mejor no salirse del esquema que ambos habían permitido tolerar como la máxima cercanía y todo esto en un pacto silencioso que nunca llegaron a acordar en voz alta. Un comentario más íntimo que el ‘buenos días’ sería malinterpretado, temía ella. Una frase más ingeniosa que el típico ‘qué frío hace’ sería renunciar a su orgullo, temía él. Y así pasaban los días, intentando evitar cualquier contacto, convenciéndose de que esa dinámica parecía normal, haciendo creer a los demás que no pasaba nada, que nunca fueron más que dos extraños que no consiguen mirarse mientras hablan. Mejor no reconocer ante ella lo que había sentido, mejor dejarlo todo como está, una historia sin un final decidido, sin confesiones vergonzosas, sin aclaraciones innecesarias… No pudo ser, quizá ni lo intentó, pero aunque él se mortifique pensando aquello de “¿qué hubiera pasado si…?”, ella sabe que nunca contempló esa opción, porque no llegó a sentir aquello con lo que él soñaba cada noche. A pesar de eso, todas las mañanas, en ese pasillo, ella revive ese sentimiento de culpabilidad injustificada por no haber sido totalmente sincera con él, por no haber renunciado a tiempo a la calidez de aquellas conversaciones, que para él tenían otro significado, que ella no valoraba de la misma manera…

jueves, 17 de enero de 2008

17 de enero

Ya es medianoche y comienza uno de esos días que están señalados en mi calendario (en verde, sí), que sólo suceden una vez cada doce meses y que en cierta manera me obligan a pararme a pensar y hacer un resumen del año (de los años) que llevo a la espalda. Y es extraño, porque no sé cómo debería sentirme. No me apetece hacer un balance de lo bueno y lo malo, ni compararme conmigo misma hace un año, ni darme cuenta de si he aprendido mucho o poco, de si soy la misma o no, si debo arrepentirme de ciertos errores o felicitarme por otros aciertos…Cambio de dígito y parece que poco a poco me obligo a dejar esas tonterías que hace años me podía permitir y que ahora parecen caprichos a los ojos de los demás y -aunque a lo míos esas manías tontas aún son necesarias y no sé desprenderme de ellas- soy yo la primera en decirme a mí misma aquello de “ya tienes una edad para dejar de pensar en esas cosas…”. Supongo que ésa será una de las razones por las que me hubiera gustado saltarme este día (el redondeado en verde, sí), porque debo pensar que según va subiendo la cifra va subiendo también el inventario de obligaciones y responsabilidades, no respecto a los demás sino conmigo misma. Sé que parece una idiotez, que cómo me voy a plantearme ahora una cuenta atrás para cumplir promesas y sueños compartidos, pero es esa sensación de que el tiempo pasa y yo sigo en el mismo lugar la que me angustia, a veces en días sin marca especial, y casi siempre en este de color verde… Una sensación estúpida como ésta, justo hoy, cuando quiero mirar dentro de la maleta y valorar las bagatelas que he ido recogiendo, cuando no acepto el compromiso de crecer y cambiar (quizá porque no sepa ni crecer ni cambiar) sólo porque a enero le haya dado la gana de venir tan pronto...

Sigo teniendo estrellas pegadas en el techo para ver el cielo desde mi cama y no pienso quitarlas, a pesar de que el calendario me diga que tengo que hacerme mayor.

domingo, 13 de enero de 2008

Buscando la primera frase...

Es un cuaderno de tapas rojas, pequeño, con un fino hilo que sirve como cierre al hacer un nudo al final de sus extremos, aunque siempre acaba deshaciéndose y las hojas se abren como si las palabras quisieran escapar y ver mundo. Todo esto si hubiera palabras en su interior, porque la primera hoja, la segunda, la tercera… hasta la última siguen en blanco. Ni una sola letra estropea ese vacío, prolongando la emoción (o desesperación) por teñir el papel de tinta azul. Y eso que yo lo llevo a todos lados; bajo el brazo, entre la carpeta o metido en el bolso, por si el rutinario viaje en tren me susurra el primer párrafo, por si encuentro una historia desperdiciada en el suelo que alguien ha desechado antes pensando que no merecía ser contada, o por si tú -en uno de tus descuidos- dejas otra vez un mensaje en mi ventana, uno de esos que hacen que mis dedos se decidan a escribir, imaginando cuál será el siguiente verso… Ése es el que ahora echo en falta, y me doy cuenta de que en mi cabeza se va formando un ovillo de sentimientos incomprensibles difícil de desenredar, en el que unos hilos se mezclan con otros, sin que entienda de dónde vienen o cómo descifrarlos, se pierden en el origen y en el destino. Intento buscar un extremo para tirar de él hacia fuera, poco a poco, para que al salir se vaya tumbando en el cuaderno, dibujando su silueta sobre el papel, y así yo pueda entenderme y de paso también tú puedas hacerlo… Pero aún no he encontrado el comienzo de ese comienzo.

viernes, 11 de enero de 2008

Hoy me hablas de París

Hoy me hablas de París
y un muro transparente separa el llanto y la sonrisa.
Ahí, en la falsa indiferencia,
tu Francia bohemia se acerca a mi oído.
Me describes el paisaje
y te imagino caminando por aquel cielo.

Hoy me hablas de París
y en la lejanía que no logra difuminar el olvido
maquillo mis palabras para que suenen a tu gusto,
contándote la alegría inventada por mi boca,
aislando la monotonía de la pureza,
sin querer mostrarte que aquí nada ocurre y todo cambia.

Me encuentro a mí misma parada en ese momento,
inmóvil, sin poder reaccionar,
anidando en el recuerdo.
Ése es el refugio de los sueños finitos,
aquellos que mueren siendo amantes de lo utópico,
creyendo en la cercanía de lo inalcanzable.

Un momento de quietud absoluta,
de armonía envidiable.
Reviven los deseos de confesarte
que todavía quiero cogerte de la mano.
Espero tu rostro.
Tu esencia vive aún en mis labios.

Pero sigues en París,
resumiendo una ciudad en segundos,
hablándome de estatuas moribundas
que relatan la historia tantas veces narrada.
Sufrimiento y victorias encerradas en hierro,
tatuajes verdosos de la huella del hombre.

Pienso en todo lo que quiero decirte,
lo que nunca te diré,
lo que la melancolía se guarda para sí,
la conversación que brota del silencio…
Lo siento, a veces solamente quiero ser yo
y lo único que consigo es ser otra persona.

lunes, 7 de enero de 2008

Giraluna

A veces es bueno recordar el significado de tu nombre y no perderlo de vista...



jueves, 3 de enero de 2008

Sesión continúa

Un largo fundido dio final a la última secuencia de la película. Las luces de la sala se encendieron tenuemente y la gente comenzó a levantarse de las butacas y a ponerse encima todo el cargamento de bufandas, guantes y gorros. En la penúltima fila, en los asientos del lado izquierdo, ellos dos permanecieron quietos, como si lo más importante viniera a continuación. Contemplaban atentamente la pantalla sobre la que pasaban los monótonos títulos de crédito. Más de cien nombres y cargos transcurrieron frente a ellos, mientras la sala se iba vaciando poco a poco. Cada ocho o nueve segundos, ella le miraba de reojo, disimuladamente, intentando identificar alguno de sus gestos y, a pesar de su fugacidad, él notaba cada una de esas miradas e intentaba calmarse, no mover ni un solo dedo, ni siquiera pestañear. Sabían que en poco tiempo la música iba a cesar y tendrían que salir a la calle, por eso disfrutaban de la quietud y la intimidad del lugar y del momento. La inmensa sala estaba ahora completamente vacía y el color azul oscuro de las butacas hacía que su presencia pasara inadvertida ante una inoportuna visita del acomodador. Cada uno notaba el calor que desprendía el otro y el ritmo de su respiración. Parecía que habían hecho un pacto silencioso para dejar correr el tiempo y disfrutar de su lento pasar, de estar juntos pero sin mirarse, simplemente confiando en que uno permanecía al lado del otro. Los títulos de las canciones que formaban la banda sonora aparecieron en último lugar, seguido del logotipo de la distribuidora, la última imagen que se proyectó en la pantalla. A continuación, las luces se apagaron por completo. Con la oscuridad total, la sensación de vértigo era aun mejor, en parte porque sabían que les habían regalado algo más de tiempo, los veinte minutos que faltaban para el inicio de la siguiente sesión. Seguramente se quedaron a ver la película otra vez. Al fin y al cabo, sus manos, entrelazadas desde la segunda escena, no tenían intención de separarse.