domingo, 1 de junio de 2008

El vagón número cuatro

Se sentó en el borde de la cama y dejó su mirada vagar por la habitación. Necesitaba llegar a casa para robarle al día un momento como ése. Quizá demasiadas horas sin dejar de pensar en él hacían que se olvidara de que el atardecer no iba a esperar a que ella pudiera seguir adelante. La idea de que, por atender demasiado a un imposible se estaba perdiendo otras cosas más importantes, ardía en su estómago cada vez que hacía el trayecto de vuelta. Porque cada día, o cada noche, la sensación de contrariedad le invadía en el vagón número cuatro. Aún no había adivinado si era la rapidez con la que el paisaje pasaba por delante de sus ojos, si tal vez influía el silencio acordado de los pasajeros o la cabezonería del itinerario resabido que nunca se alejaba ni un milímetro de las vías. Todo el conjunto provocaba que su ánimo se demoliera aún más, y en cada parada la espalda se le cargara de intentos fallidos, en los que ella no supo manejar la situación o en los ella se dejó manejar tanto como una marioneta pelirroja de trapo. Y esta vez el esquema se repetía a la perfección. Aunque al principio quisiera verlo como diferente, en el fondo siempre supo que se trataba de otro ‘imposible’ más, uno nuevo para añadir a la colección de las historias que nunca fueron más que en sueños. ¿Qué más necesitaba para apartar el asunto a un lado? … Tenía las ganas de abandonar durante un tiempo la dependencia de lo caprichoso; quería descansar y no tener que pensar siempre en las segundas intenciones de cada respiración y planear la respuesta atenta, con la sonrisa adecuada y el movimiento perfecto, que nunca era lo suficientemente perfecto; le apetecía librarse de esa sensación de hastío y de fracaso por empeñarse en cosas que no la llevaban a ninguna parte, excepto al vagón número cuatro, donde se le acumulaban los porqués que no había aprendido a responder a tiempo. Por mucho que lo intentara, no podía convencerse a sí misma de que no había causas para todo, que no siempre puedes pedir explicaciones al otro de por qué no te quiere querer.

3 comentarios:

Iraultza dijo...

Y un día, no se sabe muy bien porqué, uno deja de hacerse preguntas...y las cosas siguen siendo igual de incomprensibles, desacompasadas, desasosegantes o demoledoras, pero no exigen más concentración que la precisa, por eso se sigue transitando...Besos en una habitación ardiendo.

Giraluna dijo...

Habrá que esperar a que llegue ese día, para que el cansancio se vaya borrando poco a poco, que el fuego queme los lazos rojos que te atan a la escasa probabilidad...
Besos desacompasados (pero bailando lento, por supuesto)

:)

Anónimo dijo...

El tren va por vías pero aun así puede perderse (aprovechad que el guardarrailes se ha quedado dormido para dar un golpe de manivela); medio milímetro a la derecha para que el beso no sea en los labios
-no valen ensayos la noche del estreno- Disimular la sonrisa perfecta quema tanto por dentro que uno debería llevar agua oxigenada en el bolsillo cada vez que se encuentra con la persona en la que no puede dejar de pensar. (Y por favor -me digo a mí mismo- deja de inventar en el cine de tu mente situaciones en las que el otro dice: SÍ)

Y es por la mañana, fiuuuú!!!

A HUG y otro abrazo más