domingo, 19 de abril de 2009

Cuando abrió lo ojos no puedo reconocer aquella carretera. Demasiado adormilada para darse cuenta de si era una parada prevista o si alguna avería había obligado al autobús a detenerse. Por los auriculares aun seguía sonando el disco que utilizaba para las despedidas y sus piernas, dobladas a lo largo del asiento contiguo, estaban algo doloridas. Esa incomodidad y las horas de espera en el aeropuerto la llevaban a desear llegar a casa cuanto antes, para poder darse una ducha caliente y descansar de forma horizontal. Sin embargo, una parte de ella quería quedarse en ese autobús, despertándose cada quince minutos en un nuevo desvío sin saber exactamente dónde se encontraban, porque precisamente así era como se sentía. Solo unas pocas horas tras la llegada servirían para que se situara de nuevo, tomara de la mano a la ciudad y volviera a tener la mente y el corazón en la misma acera. O al menos eso esperaba... El cruzar la puerta de embarque siempre le producía esa sensación, como si al dejar ciertas cosas atrás ella fuera menos ella y ahora tuviera que completarse otra vez. El remedio solía consistir en dejar de pensar ciertas cosas y en ciertas personas que se quedaban a un lado de la puerta y comenzar a centrarse en otras que eran las que estarían esperando en la pista de aterrizaje. En aquel autobús, lo de allí y lo de allá se mezclaban hasta ser indistinguibles, convirtiendo el viaje en una pequeña transición sensorial en la que cada quince minutos y con una canción diferente ella intentaba separar los nombres y colores que se habían fundido sin su permiso.