viernes, 18 de enero de 2008

él y ella; ella y él

Se cruzaron en el pasillo y ninguno de ellos se molestó en parar y comenzar una conversación. En realidad, hacía meses que no cruzaban ni una palabra, excepto el monótono ‘hola’ de todas las mañanas. Las charlas interminables del año anterior permanecían enterradas y sólo ellos dos sabían que habían existido, aunque no quisieran reconocerlo. Aquellos encuentros ya parecieran irreales y ahora no tenían ningún sentido, sólo hacían crecer la incomodidad entre ellos dos. Cada día se encontraban casi en el mismo lugar y cada día la secuencia se repetía: te miro, me miras, te saludo, me saludas, miro al suelo, miras al suelo. Y punto. Mejor no salirse del esquema que ambos habían permitido tolerar como la máxima cercanía y todo esto en un pacto silencioso que nunca llegaron a acordar en voz alta. Un comentario más íntimo que el ‘buenos días’ sería malinterpretado, temía ella. Una frase más ingeniosa que el típico ‘qué frío hace’ sería renunciar a su orgullo, temía él. Y así pasaban los días, intentando evitar cualquier contacto, convenciéndose de que esa dinámica parecía normal, haciendo creer a los demás que no pasaba nada, que nunca fueron más que dos extraños que no consiguen mirarse mientras hablan. Mejor no reconocer ante ella lo que había sentido, mejor dejarlo todo como está, una historia sin un final decidido, sin confesiones vergonzosas, sin aclaraciones innecesarias… No pudo ser, quizá ni lo intentó, pero aunque él se mortifique pensando aquello de “¿qué hubiera pasado si…?”, ella sabe que nunca contempló esa opción, porque no llegó a sentir aquello con lo que él soñaba cada noche. A pesar de eso, todas las mañanas, en ese pasillo, ella revive ese sentimiento de culpabilidad injustificada por no haber sido totalmente sincera con él, por no haber renunciado a tiempo a la calidez de aquellas conversaciones, que para él tenían otro significado, que ella no valoraba de la misma manera…

2 comentarios:

Iraultza dijo...

A veces hay que ser extremadamente insensata para ser totalmente sincera y decirle que es preferible renunciar a la calidez de una conversación. A veces hay que ser terriblemente sensato para marcharse y no volver...ni siquiera a decir hola.

Giraluna dijo...

A veces, aunque sabes lo que deberías hacer, no sigues la pauta de la sensatez o la insensatez, y todo termina como no debaría hacerlo, inacabado y sin poner las cosas en su sitio. Quizá si irremediablemente ambos lo aceptan, todo seguirá igual, con un 'hola' que esconde muchas más cosas...