lunes, 3 de noviembre de 2008

Lily's

Tiene el pelo corto y es tan delgada como el hilo que cuelga de su chaqueta setentera. Hoy va de rojo y gris, aunque suele llevar colores alegres, que siempre chocan con el cielo los días de lluvia. Sentada en el taburete, deja colgar las piernas sin que estas consigan llegar al suelo, quedándose tambaleando en el aire, como si fuera una niña subida a un columpio demasiado alto. Revisa los bastidores uno a uno, repasando cada una de las prendas, comprobando si su memoria sigue igual de viva, si puede acordarse de la historia de cada diseño. Y sí puede hacerlo. Guarda los bocetos en los cajones de su armario, los primeros, cuando solo son líneas sin cuerpos y los últimos, en los que podrías reconocer a cualquier modelo. Supongo que la tienda estará en silencio, sin relojes que molesten o música que logre entristecerle. Simplemente ella y sus toneladas de ropa. Camisas, vestidos y faldas sacadas de otra época, vistiendo maniquíes o colgadas en perchas distribuidas por el minúsculo cuarto en el que milagrosamente incluso hay un probador. Y en el escaparate, los cuerpos de esas mujeres estatuas van cambiando de color según el día, alternando ropa que incluso a tu abuela le parecería anticuada con prendas demasiado atrevidas para llevarlas al trabajo… Pero a Lily le da igual que los días pasen sin clientes o sin hacer sonar la caja registradora. Le encanta su local de paredes rosas y adornos amarillos, y sus letreros a la entrada dando la bienvenida. Se sienta en el taburete alto y ve pasar la gente por la calle cuando ya es de noche y todo el mundo regresa a casa cargado de bolsas y quebraderos de cabeza. Todo sería más fácil con un vestido rojo, piensa. Uno corto y con volantes, rojo … El que veré la próxima semana en su escaparate.

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