La calle parece tan apetecible esta mañana que no dudarías en tumbarte sobre la acera y enroscarte con las hojas secas que cubren el suelo. Ya has pasado por ella más de una veintena de veces pero hoy parece distinta. Quizá esa impresión se deba a la neblina que la tiñe de blanco; quizá a que tienes demasiado sueño pegado a los ojos o a que, por primera vez, no luchas con el reloj para no perder el autobús que cada quince minutos te lleva de paseo hasta las aulas. Quizá es todo en general y no solo el hecho de que hace demasiado frío para sacar las manos del bolsillo. El estar aquí, sin nadie, con ellos, sin ti, solo contigo misma, o con ella, porque ahora ya piensas que eres distinta a como te marchaste. Y, sin ser consciente de ello, no puedes comparar esa sensación de tranquilidad con ningún otro momento. Una calle larga y llena de hojas delante de ti, una canción que acabará acompañándote hasta el anochecer y una mañana que, ni tú sabes porqué, te ha calado hasta los huesos. Al cabo de tres horas, cuando vuelvas, él aún seguirá remoloneando en tu cama, esperando a que llegues y le despiertes con un beso (sí, la mejor manera de librarse del frío...) Quizá esa sea la razón de que hoy la calle parezca más bonita de lo normal.
miércoles, 29 de octubre de 2008
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