lunes, 31 de diciembre de 2007

Se cae una hoja de la pared y rebotan contra el suelo trescientos sesenta y cinco días. Tras el golpe, el primer minuto del nuevo año.
Abajo queda esparcido todo lo visto y vivido durante estos meses, por si deseas recoger algún día en especial y guardarlo en el joyero. Lo demás se lo llevará el soplido del viento en cuanto te descuides, ya sea por desgracia o por fortuna. Arriba aparece un nuevo calendario, reluciente, sin ninguna marca roja de urgencia o negra de olvido.
Aunque me acuses de oportunismo, creo que mañana es un buen día para hacer un punto y aparte e inventar un nuevo comienzo, o al menos una buena continuación.

viernes, 28 de diciembre de 2007

Frío

Tengo frío, tengo frío en todo el cuerpo, sin excepciones. Siento cómo se cuela por el abrigo e intenta convencer a mi camiseta para que le deje vía libre hasta mi piel. Y ahí se queda, agarrado con todas sus fuerzas, todo el día, esté en casa o fuera, en un bar o una tienda, siempre con escalofríos, haciéndome temblar... Y le digo que se vaya, que me deje en paz, que yo ya estaba bien antes de que llegara él acompañado del invierno, y de las luces de Navidad que cada día me parecen más feas –aunque tú me dijeras ayer lo contrario-, y de la vuelta una vez más al punto de partida, cuando yo ya estaba lejos de él, de pensar otra vez en lo mismo y oír lo de siempre o, mejor dicho, de soportar el silencio de siempre... Y ayer por la noche, durante nuestro paseo, aun tuve más frío. Se me encogió el estómago, cerré las manos dentro de los bolsillos para calentarlas, me puse el gorro de lana, los guantes de Audrey -como tú los llamas- y continúe caminando a tu lado, a tu ritmo, sin saber qué destino teníamos, sin importarme si acabaría lejos de mi casa o cerca de la tuya. No me atreví a decírtelo, y es que lo de lanzarme no se me da muy bien, pero sólo necesitaba tu abrazo para sentirme mejor, para que el frío huyera de una vez por todas, para retomar algo que dejé colgado hace tiempo, para cerrar viejas heridas aunque a la vez se hubieran abierto otras nuevas... pero ni siquiera llegaste a rozarme.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

“Sólo llamas
para saber cómo estoy

y tal vez estaría mejor

si no lo preguntaras tantas veces.”




Y yo creyendo que no había metido la nostalgia en la maleta…

lunes, 24 de diciembre de 2007

14 días después

Hace 14 días escribí un “Re-encuentro” y justo hoy, dos semanas después, te he vuelto a encontrar. Poco de lo que había escrito se ha cumplido, seguramente porque ni tú ni yo somos los mismos y porque mi imaginación no tiene límites de seguridad, un gran defecto por mi parte. Esta vez no había margaritas amarillas, tú no llevabas esa camiseta verde –ni siquiera recuerdo lo que llevabas puesto-, no hemos tenido un rato de café para que esquivara tus miradas, no ha surgido ese saludo torpe y tímido que tanto me hubiera gustado, las ganas de huir no aparecieron, la pulsera de cuero no colgaba de tu muñeca... Pero, cuando te tenía delante, hablándome, me acordé de la frase que tanto había repetido en mi cabeza y que todo este tiempo ha rondado tu imagen: te echo de menos. La hubiera dicho en alto a pesar de que estuviéramos rodeados de gente y de que tu interés en seguir manteniendo una conversación conmigo tampoco parecía muy grande, la hubiera dicho si después no me esperara el dar explicaciones a unos y a otros, la hubiera dicho si no supiera que al instante me iba arrepentir al no oír un ‘yo también’ de tu boca. ¿No hay demasiadas diferencias entre lo escrito y lo vivido 14 días después?
Y en el fondo, ya lo sé, no te echo de menos a ti, sino la forma en la que yo me sentía contigo.






Me voy a dormir (y espero no soñarte).

sábado, 22 de diciembre de 2007

Sin remite




Querido amigo:




Hacía tanto tiempo que no recibía una carta que ver la tuya en el buzón ha sido una auténtica sorpresa. Sí, tienes razón, he perdido parte de mi romanticismo y quizá me he acostumbrado demasiado a teclear convencionalismos y frases hechas. Ya había olvidado el placer de abrir un sobre esperando la contestación imaginada. Sé que una buena respuesta tendría que estar contenida en papel perfumado y escrita con letra sinuosa, pero la falta de tiempo (que nunca es una excusa suficiente) me hace recurrir al clásico email. De todos modos, prometo no poner aquí esos guiños con paréntesis y puntos que tanto odias y para sustituirlos te adjuntaré la silueta de mis labios con el carmín rosado que conoces.




Para serte sincera hacía tiempo que no pensaba en ti. Desde la última llamada creí que el pacto quedaba zanjado y que nuestros encuentros casuales habían llegado a su fin con la misma naturalidad con la que una vela acaba consumiéndose a sí misma. No te reprocho nada al igual que tú no me has echado en cara mi tardanza, causa -ya me conoces- de mi indecisión crónica. Pero ya da igual, esto no es un análisis de nuestras acciones fallidas, sino una invitación a las futuras, con el único deseo de que este vaivén de palabras no cese. Así que espero las tuyas de vuelta pronto.


Ah, perdona mi mediocre estilo literario, prefiero dejarte a ti las poesías y ocuparme yo de inspirarlas.




Un cálido abrazo,




Fdo: Quien tú ya sabes.


jueves, 20 de diciembre de 2007

De ida y vuelta

Resulta raro volver a casa después de unos meses, porque todo está exactamente igual que siempre, pero a al mismo tiempo todo parece distinto. Quizá porque mezclas recuerdos de un lado y de otro, y mientras estás aquí te acuerdas de aquello, y cuando estás allí, necesitas esto... Pero no me gusta llegar y ver todo lo malo y que hasta las luces de navidad de la calle me parezcan feas; no me gusta la sensación –aunque no sea real- de estar encerrada y tener que recurrir a posibilidades demasiado conocidas, no me gusta que no me guste estar en casa, y a la vez, podría quedarme aquí mucho tiempo, como si mi antigua habitación fuera un refugio a prueba de todas las miradas, como si ya supiera lo que la ciudad me depara y pudiera estar preparada para enfrentarme a ello.



Creo que no me gusta venir porque sé que cuando ya quiera quedarme, tendré que volver a irme.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Justo entonces

Cuando la brisa rompe la simetría de los árboles, cuando la belleza se posa en mi mano como lo haría una dócil mariposa, cuando se funden azules inmiscibles, cuando a un paso del olvido vuelvo a recordarte(y vuelvo a tus palabras), cuando el lento viaje de las nubes encuentra un destino, cuando la timidez se deshace de sus cadenas para encontrar su verdadera identidad, cuando el viento roba las promesas y se las regala a la nostalgia, cuando la quietud parece pender de un hilo esperando que el movimiento la haga desaparecer, cuando descubro que un beso puede ser simplemente un beso y que el silencio puede ser muchas cosas... Entonces, justo entonces, vuelvo a preguntarme por la casualidad o la desconocida causalidad culpable de que esa imagen pase por mis ojos, busco el por qué de la existencia de esa espontánea perfección, y encuentro la subjetividad del momento, la idea de que lo neutral no existe, todo se inclina hacia un lado u otro del horizonte. Nace un instante teñido de colores incompatibles, la posibilidad de que cada uno moldee su mirada ignorando la persistencia del paisaje, y entonces, justo entonces, tras ese pellizco de duda, retorno a la certeza de lo real, al preciso fluir del tiempo que la arena mide sin contemplaciones, justo cuando la brisa rompe la simetría de los árboles, cuando la belleza se posa en mi mano como lo haría una dócil mariposa, cuando se funden azules inmiscibles…

sábado, 15 de diciembre de 2007

Los detalles

El tacto de su piel, la música que salía del bar, el frío que subía por tus pies y el calor que bajaba por tu espalda, cada una de las palabras que pronunciaste... Todos los detalles, todos, incluso aquellos que quizá no puedes describir con palabras, siguen almacenados en tu memoria, por si alguna tarde de sábado te apetece rescatarlos y volver a recordar aquel preciso instante con total exactitud.







No me mires así, sólo es la decimocuarta vez que vuelvo al pasado en lo que llevamos de semana. Todo un récord. Más o menos.

viernes, 14 de diciembre de 2007

[ ]

Un secreto puede ser un pensamiento oculto que ni a ti mismo te gusta tener en cuenta, puede ser un comentario que has oído por descuido en los baños del último bar al que te llevaron tus amigos, aquella noche loca de la que no recuerdas nada excepto la cama en la que te despertaste al día siguiente, un llamada que, afortunadamente, colgaste antes de que él o ella oyera tu voz, un error que juraste no revelar a nadie y no volver a repetir, un ‘te quiero’ dicho a escondidas, una fantasía vergonzosa e inconfesable, una manía ridícula pero imposible de incumplir, ciertas palabras tan hirientes que no quieres volver a recordar, o volver a decir; un secreto puede ser tu propio nombre, o la fecha de tu cumpleaños, las veces que has dormido acompañado; un secreto dejar de serlo al compartirlo, o puede volverse aún más secreto al ser dos los que lo guarden bajo llave; un secreto puede acabar desapareciendo dentro de uno mismo al cabo de los años o puede revolotear dentro de uno hasta que un día, sin un por qué aparente más que la necesidad de deshacerse de él, coges un papel y escribes lo que nunca antes habías dicho en voz alta. Después puedes o quemar el papel o meterlo en una botella y lanzarlo al mar, sabiendo que a lo mejor, con algo de suerte, algún día alguien lo leerá y encontrará en él un tesoro obligatoriamente silencioso, al saber que una persona le ha dado a conocer una pequeña parte de su ‘yo’ más íntimo.














[ Si algún día quieres lanzarme una de esas botellas a este espacio virtual, prometo no contar nada a nadie. Simplemente lo colocaré dentro de una pequeña cajita en la que voy guardando secretos, los míos y los que me regalan, para que se hagan compañía ]

martes, 11 de diciembre de 2007

Sólo es cuestión de seguir las pistas...


Dio un paso hacia atrás y contempló de nuevo el póster recién colgado en la pared. La chica de pelo rubio se refugiaba de la lluvia bajo un paraguas amarillo, o tal vez se escondía de los amenazantes rascacielos que se elevaban sobre ella. En la parte de arriba estaba escrita una frase que volvió a emocionarla al releerla:

“Todos queremos que nos encuentren”

Pensó que sería difícil que un día alguien la encontrara, porque quizás ella, como la chica del paraguas amarillo, también se había perdido en la traducción, en la rutina, en ese dejarse llevar por todo sin atreverse a decidir el rumbo.
Afuera, al igual que en aquel trozo de pared, también llovía, pero eso no le impidió salir a dar un paseo para deshacerse de la idea de que aun no era lo suficientemente mayor para actuar como se esperaba. Al fin y al cabo era verdad que todavía se entretenía cosiendo sueños hechos a medida y en demasiadas ocasiones volvía a refugiarse en su vocación de cuentacuentos inventados. Tirar a la basura aquella vieja muñeca de trapo, las cartas de olor que ya no desprendían perfume alguno, las travesuras de sombras anónimas y cientos de recortes sería una solución demasiado triste para conseguir poner un simple ‘punto y aparte’ en ese círculo vicioso de la madurez.
Pensaba en todo aquello mientras jugaba a esquivar las baldosas rayadas, tomándose en serio el reto de no pisar ni una sola de ese tipo. De repente, sus pies tropezaron con algo. Se agachó para ver de cerca qué era y tendido en el suelo se encontró un trozo de papel mojado enrollado con un hilo verde. Tiró del cordón cuidadosamente para abrirlo. El papel estaba lleno de garabatos y flechas que señalaban todas las direcciones posibles, era un mapa enmarañado que sólo tenía dos puntos marcados claramente: uno rojo, nombrado como ‘Tú’, indicaba el lugar exacto donde ella se encontraba: tres pasos a la izquierda del bordillo, 20 pasos al norte del sauce llorón del parque y 14 a la derecha del buzón de la casa con la chimenea encendida. Allí estaba ella, justo allí.
El otro punto que aparecía en el mapa era de color azul marino y estaba colocado muy cerca de una pequeña fuente, dos calles más abajo de donde ella se encontraba. Al lado de la segunda marca se leía: ‘Yo’. En la parte inferior, bajo todas esas líneas mezcladas entre ellas por la tinta mojada del papel, una frase cerraba la composición:



“Yo te encontré primero. Ahora tú sólo tienes que venir a buscarme.
Firmado: Tu niño perdido”




El mapa del tesoro

lunes, 10 de diciembre de 2007

Re-encuentro

Levanté la vista de los tulipanes blancos y ahí estabas tú. Hacía tiempo que no te veía, meses tal vez. Bueno, dejando a un lado mentiras surgidas del orgullo, te diré que sabía exactamente cuándo nos vimos por última vez: la primera semana del verano (recuerdo que en el último paseo llevabas puesta tu camiseta verde de manga corta y yo una de tirantes, que me dejaba sentir tu brazo apoyado en mi hombro...)
En un primer momento pensé en huir, creyendo que aun no me habías visto, trazando un plan para escapar por entre las margaritas amarillas hasta llegar a la puerta y salir corriendo. Pero mis piernas estaban ancladas como raíces en la tierra y sólo reaccioné cuando ya te tenía justo enfrente, saludándome con esa timidez que tanto me gustaba, que me sigue gustando. Noté que tú también te sentías igual de incómodo que yo cuando nuestras cabezas chocaron al darnos dos besos, porque coincidimos en la mejilla por la que empezar. No hace falta decir que eso antes no nos pasaba, los dos teníamos los labios del otro como única diana. Después vino el ‘qué tal estás’, ‘cuánto tiempo sin verte’, ‘qué hay de tu vida’… Sé que por mucho que intentara disimular con comentarios sobre el trabajo y la rutina, mis ojos te desvelaban lo único que realmente quería decirte: Te he echado tanto de menos…
No puse ninguna ridícula excusa para no tomar un café contigo. Qué fácil hubiera sido un ‘tengo prisa’, ‘me están esperando’… pero no, por qué negar que me apetecía quedarme a tu lado un rato más, y seguir sintiendo en el estómago el vértigo de tenerte cerca, igual que cuando te conocí o cuando me dijiste aquel inocente ‘¿puedo besarte?’.
No dejé de remover el café para poder mirar la taza fijamente y evitar ver tu sonrisa al contarme la última anécdota curiosa que te había pasado. Y al instante nos quedamos en silencio. Un silencio roto únicamente por el ruido que hacía el camarero al ordenar las copas de cristal y por aquella canción que sonaba de fondo y que no llegué a reconocer. Quizá te habías hartado de que sólo te contestara asintiendo la cabeza. Lo siento, es que no me salían las palabras, a mi mente solamente venía aquel ‘te echo de menos’, ‘te echo de menos’, ‘te echo de menos’… Me fijé entonces en que llevabas puesta la pulsera de cuero que te regalé aquel domingo sin obligaciones. Pero me prometí a mí misma no pasar la noche en vela analizando si eso significaría algo.
Ya ves que no cumplí la promesa, aquí estoy, escribiendo tonterías el día en que te he vuelto a encontrar. De nuevo, vuelve a sonar de fondo “Ojalá”.

martes, 4 de diciembre de 2007

Uno de esos días...

Uno de esos días frustrantes y a la vez agradable, necesario también . Cómo explicarlo. Uno de esos días en los que la vida que nunca tendrás pasa delante de ti, inmersa en otra persona. Ves aquello que siempre quisiste ser, con lo que soñaste, gestos que tú quieres aprender, comentarios ilusos, inocentes, que hacen replantearte por qué eres así y no de otra manera. Cosas tan simples como la forma de reír, o de mover las manos. Ves que dentro de él lleva un niño que no quiere crecer, que aun se entretiene jugando a moldear sueños de arcilla, mientras tú no recuerdas cuándo dejaste de creer en los reyes magos por ser demasiado desconfiado. Es inquieto, nervioso, expresivo, alegre… Ni siquiera le conoces, sólo te ha hablado durante cinco minutos y ya te resulta encantador y te quedas pensando en eso durante todo el día, inquieta, preocupada por no poder evitar darle vueltas y vueltas al asunto, sintiendo en el estómago ese ‘algo’ raro que no te permite estar serena. Transmite tranquilidad, tranquilidad porque te hace saber que tienes tiempo por delante, que todo se puede lograr, sólo hace falta estirar un poco el brazo y extender la palma de la mano, que ahí se encuentra la magia de la que tanto habla, frente a ti. Sólo hace falta ir un poco más allá, no quedarse parado viendo cómo los demás hacen posible lo que marcaste como utópico en tu calendario. Será mejor dejar la pose del ‘yo nunca podré’ y el miedo a la decepción, porque con solo desearlo no es suficiente. Si sabes lo que persigues únicamente tienes que estirar el brazo y alcanzarlo con la mano. Nadie reparte sueños a domicilio.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Un falso día de invierno en otoño III

…Sólo era eso. Una pregunta sin más. Una mirada inocente hacia su nombre. ¿Qué pasará si no lo haces? Te levantarás de tu asiento dentro de cinco minutos, saldrás al andén sin dejar de pensar en lo que dejas dentro del vagón: una oportunidad para cambiar de rumbo el día, para que hoy sea especial en algún sentido, aunque sólo sea por una pregunta, por un nombre, por ‘María’. No deberías confiar en el destino pensando que otro amanecer os juntará, ni puedes poner excusas a la resignación. Depende de ti. Quizá estás esperando demasiado para ser tú, o al menos para ser una copia aproximada de ti mismo.
Sin pensarlo te levantas. Te acercas despacio, sin dudar, fijándote en su cara. Te sientas enfrente de ella, que acaba de girar su cabeza al sentirte. Sus ojos son aún más grandes de lo que parecían y ahora puedes ver las pulseras de colores que envuelven su muñeca izquierda. Te intimida. Hace tiempo que no notabas el ritmo acelerado del corazón ni cómo tus mejillas iban subiendo de temperatura. No sabes por qué pero tu voz sale serena y sin tartamudeos.

“¿Te llamas María?”

Sonríe.

Mira hacia abajo de forma nerviosa, sólo un instante, y vuelve a tus ojos directamente.

“Sí”.

Ella no dice nada más. Con la misma sonrisa vuelve de nuevo al refugio de la ventana.
Ya está. Es lo único que querías saber…

sábado, 1 de diciembre de 2007

Un falso día de invierno en otoño II

...Otro amanecer frente a ti que se rebela en pleno otoño... Miras a tu alrededor. Delante de ti hay una señora mayor. Lleva puesto un abrigo largo, que le llega incluso hasta sus pies calzados en unas alpargatas marrones. Agarra su bolso con esfuerzo, lanzando miradas desconfiadas al chico negro que se acaba de sentar a su lado. Enfrente, en el siguiente bloque de asientos hay una chica. Mira por la ventana como tú hacías antes de fijarte en ella. Mira por la ventana sin mirar, de manera distraída, sin fijarse en las formas que pasan, puede que tan sólo en los colores. Lleva unos auriculares puestos. Seguro que escucha música lenta. “Come away with me, in the night...” Tiene una cara especial, angulosa, pero bonita. Sus ojos son grandes, aunque aún sea muy temprano, la madrugada no los encoge. El pelo largo le cae por los hombros y se enreda en el jersey de lana verde. Crees que puede llamarse María. Es un nombre muy convencional, sí, pero no se te ocurre otro mejor para esa piel tan blanca. Podrías preguntárselo. “¿Te llamas María?” Seguro que te contestaría con una sonrisa, bajaría los ojos con vergüenza. “Sí”. Sería un sí rotundo, no preguntaría nada más, ni las razones de tu pregunta, ni si la conoces, ni quién eres tú, porque tampoco podrías responderle a eso. Entendería que simplemente te has levantado un día como cualquier otro - porque hace tiempo que dejaste de distinguir los días-, has llegado al metro con la misma sensación de angustia y de ausencia entre la gente desconocida y que la has visto allí sentada, mirando por la ventana sin mirar. Solamente has pensado que debería llamarse María, porque te parece un nombre bonito y ya está. Sólo era eso, una pregunta sin más. Un mirada inocente hacia su nombre...





¿Continuará? (Depende de ti, dime cómo te imaginas el final)