- ¿Puedo preguntarte una cosa?
- Sí, claro. No sé por qué, pero hoy parece que lo que nos sobra es sinceridad.
- Quizá no tendría que sacar el tema, pero siempre quise decírtelo.
- Prometo que lo que nos digamos ahora no podrá servir como reproche mañana por la mañana.
- ¿Te acuerdas de aquella noche en la que dimos un paseo por el parque?
- Sí…
- No vayas a pensar ahora que era un acosador o algo parecido, pero cuando nos despedimos, cuando te fuiste hacia tu casa y yo hacia la mía, di la vuelta en la primera esquina y continúe calle arriba un rato hasta encontrarte a lo lejos. A esas horas sólo estabas tú en la acera, caminando despacio, balanceándote…
- Estaba escuchando una canción y tenía ganas de bailar…
- Me lo imaginé, me hizo gracia. Crucé la calle y seguí andando. Te vi de perfil, sonriendo mientras tarareabas la letra.
- Seguro que no me la sabía; simplemente cantaría un ‘ta ra ra ra’…
- Justamente eso, sí. Era gracioso, porque cualquiera que te hubiera visto habría pensado que estabas loca, dando saltitos…
- ¡Era para pisar sólo las baldosas de color rojo! Es una manía tonta, lo sé, pero…
- Cuando llegaste a la plaza me paré y vi cómo te alejabas, hasta perderte de vista. Y me quedé con ganas de decir tu nombre para que te giraras y vinieras a hablar conmigo, aunque sólo fuera para darme otro ‘buenas noches’ cerca de mi oído, como el que me habías dado diez minutos antes. Ya ves qué tontería, porque al final, cuando volví a casa nos encontramos por casualidad. Siempre le agradeceré a tu amiga Laura que vivamos en el mismo edificio.
- ¿Así que te lo creíste?
- ¿Cómo?
- Cuando me viste sentada en el escalón del portal, ¿creíste que había ido a ver a Laura?
- ¿No era verdad?
- Bueno, supongo que ahora me tendré que aplicar lo de la sinceridad a mí… Esa noche, cuando iba hacia casa escuchando música noté que alguien me seguía. Miré el escaparate de una tienda y te vi reflejado. Así que seguí andando, como si nada, aunque moviendo algo más las caderas pero, vaya, ya sabes lo mal que yo actúo… Pensé que en algún momento me dirías algo y tendría que dejar de hacerme la tonta, podría darme la vuelta y acercarme a ti. Pero la calle ya se iba terminando y había dejado de oír tus pasos. Cuando doblé la esquina vi que ya no estabas, así que di media vuelta y eché a andar calle abajo. Atajé por el parque y llegué a tu casa antes. No sé me ocurrió otra excusa mejor que lo de Laura.
- No me lo puedo creer…
- No sé por qué no me atreví a decirte la verdad, que no me apetecía irme sin repetir ese ‘buenas noches’…
- Bueno, no viene mal enterarse de eso siete años después, aunque se chafe el mito del destino y todo ese rollo.
- Vaya, siento haberle quitado magia al momento.
- No, da igual, prefiero saber que tú también eras capaz de seguirme sólo por un beso…
- Eh, que al principio sólo iba a ser un ‘buenas noches’.
- Después de esperar quince minutos detrás de la iglesia a que llegaras a mi casa, no iba a dejarte ir sin un beso.
- Entonces, ¡¿lo sabías?!
- Es que actúas demasiado mal…