sábado, 24 de mayo de 2008


No me preguntes por qué, pero me pongo a escribir y no tengo nada que contar.

Así que mejor me callo. Hoy prefiero dejar que hables tú y dedicarme a escuchar.

Que me cuentes en lugar de contarte.

Sólo

por

hoy...

domingo, 11 de mayo de 2008

- ¿Puedo preguntarte una cosa?
- Sí, claro. No sé por qué, pero hoy parece que lo que nos sobra es sinceridad.
- Quizá no tendría que sacar el tema, pero siempre quise decírtelo.
- Prometo que lo que nos digamos ahora no podrá servir como reproche mañana por la mañana.
- ¿Te acuerdas de aquella noche en la que dimos un paseo por el parque?
- Sí…
- No vayas a pensar ahora que era un acosador o algo parecido, pero cuando nos despedimos, cuando te fuiste hacia tu casa y yo hacia la mía, di la vuelta en la primera esquina y continúe calle arriba un rato hasta encontrarte a lo lejos. A esas horas sólo estabas tú en la acera, caminando despacio, balanceándote…
- Estaba escuchando una canción y tenía ganas de bailar…
- Me lo imaginé, me hizo gracia. Crucé la calle y seguí andando. Te vi de perfil, sonriendo mientras tarareabas la letra.
- Seguro que no me la sabía; simplemente cantaría un ‘ta ra ra ra’…
- Justamente eso, sí. Era gracioso, porque cualquiera que te hubiera visto habría pensado que estabas loca, dando saltitos…
- ¡Era para pisar sólo las baldosas de color rojo! Es una manía tonta, lo sé, pero…
- Cuando llegaste a la plaza me paré y vi cómo te alejabas, hasta perderte de vista. Y me quedé con ganas de decir tu nombre para que te giraras y vinieras a hablar conmigo, aunque sólo fuera para darme otro ‘buenas noches’ cerca de mi oído, como el que me habías dado diez minutos antes. Ya ves qué tontería, porque al final, cuando volví a casa nos encontramos por casualidad. Siempre le agradeceré a tu amiga Laura que vivamos en el mismo edificio.
- ¿Así que te lo creíste?
- ¿Cómo?
- Cuando me viste sentada en el escalón del portal, ¿creíste que había ido a ver a Laura?
- ¿No era verdad?
- Bueno, supongo que ahora me tendré que aplicar lo de la sinceridad a mí… Esa noche, cuando iba hacia casa escuchando música noté que alguien me seguía. Miré el escaparate de una tienda y te vi reflejado. Así que seguí andando, como si nada, aunque moviendo algo más las caderas pero, vaya, ya sabes lo mal que yo actúo… Pensé que en algún momento me dirías algo y tendría que dejar de hacerme la tonta, podría darme la vuelta y acercarme a ti. Pero la calle ya se iba terminando y había dejado de oír tus pasos. Cuando doblé la esquina vi que ya no estabas, así que di media vuelta y eché a andar calle abajo. Atajé por el parque y llegué a tu casa antes. No sé me ocurrió otra excusa mejor que lo de Laura.
- No me lo puedo creer…
- No sé por qué no me atreví a decirte la verdad, que no me apetecía irme sin repetir ese ‘buenas noches’…
- Bueno, no viene mal enterarse de eso siete años después, aunque se chafe el mito del destino y todo ese rollo.
- Vaya, siento haberle quitado magia al momento.
- No, da igual, prefiero saber que tú también eras capaz de seguirme sólo por un beso…
- Eh, que al principio sólo iba a ser un ‘buenas noches’.
- Después de esperar quince minutos detrás de la iglesia a que llegaras a mi casa, no iba a dejarte ir sin un beso.
- Entonces, ¡¿lo sabías?!
- Es que actúas demasiado mal…

jueves, 1 de mayo de 2008

...me sentaré cerca de ti, pero no demasiado, para no dar a entender lo que quiero que entiendas; a una distancia a la que pueda oírte sin tener que pedir que repitas tu última frase en mi oído. Comenzaremos a hablar de cualquier cosa, da igual, y al cabo de unos minutos de conversación, sacarás un tema algo más personal, o esta vez seré yo quien lo haga. Una pregunta acerca de tu sonrisa distraída de esta mañana, o de lo callado que estabas ayer. Puedes contestar algo abstracto, para que yo tenga que repreguntar con un gesto pícaro, porque ya me conozco la táctica de hacernos los misteriosos. Poco a poco, de lo abstracto a lo concreto, nos vamos soltando, mientras la gente que pasa alrededor no se da cuenta de lo que nos espera. Me lanzas una pregunta y te devuelvo una semi-respuesta, un “puede”, varios “quizá”, y así continúa la noche, entrecortada, con lentitud, cariñosa, pero sin que el atrevimiento pueda con nosotros y nos obligue a sentarnos uno enfrente del otro, con dos copas en medio, poniendo pronombres a los “alguien” y números con decimales a los “cuánto”. Porque dejar interrogaciones por el camino ayuda a que quiera, cada vez más, seguir tus pasos para descubrir a dónde me podrían llevar. Supongo que esa manera extraña de hablarnos, de forma indirecta, a veces tan espontáneamente forzada, es la que hace de esto algo diferente, algo que inevitablemente genera expectativas de más, de confianza pero también de recelo, de ese ‘quizás’ tan imposible que viene y va, según la noche…

Tú mirando hacia un lado de la habitación y yo observando el contrario, una situación que no nos impide no perdernos de vista, con los otros sentidos, porque tu brazo ya lleva un tiempo posado sobre el mío, haciendo siluetas sobre él para complementar las explicaciones habladas, como si las táctiles contaran menos. Pero siempre nos quedamos a medias a la hora de romper la barrera de lo objetivo. Por eso pido un segundo intento con otra de esas charlas interrumpidas, inacabadas, que dejan la miel en los labios para que la próxima vez seas tú quien pregunte y yo quien medio responda un “casi seguro, pero…”, dejando entreabierta una puerta a una de tus contestaciones más precisas, para seguir sentados un rato más, mirando a lados opuestos y rozando nuestras voces. Y no hablo de ir más allá, de cruzar portales o descolocar sábanas, no, esta vez solamente se trata de escuchar y hablar, de contar y guardar, y luego volver a esconder y volver a mostrar.