domingo, 27 de enero de 2008

Derechos y obligaciones

Unas cuantas normas que cumplir o incumplir (según la noche) si volvemos a tropezarnos con la misma piedra -o con la misma suerte- que logre juntarnos de nuevo sin haberlo pedido…sin que tú lo hayas pedido…

Tienes total libertad para pasar por alto cada uno de los detalles de nuestros encuentros (ya sabes que yo los guardo todos, en esa cajita de soles, en ese cuaderno rojo). Puedes marcharte por la noche sin despedirte porque conozco tu incapacidad para decir adiós, tu miedo a no saber decirlo de forma sincera, tu caída de ojos hacia el suelo en el momento en el que tú doblas esa esquina y yo comienzo a andar por la avenida contraria. Tienes derecho a permanecer en silencio, he perdido la esperanza de que me cuentes tus secretos. Nada de lo que digas podrá ser utilizado en tu contra, porque sabes que nunca llegaré a odiarte, aunque a veces lo intento y a veces llego a creer que lo consigo. Puedes tomarte el tiempo que quieras para pensar si debes o no sentarte a mi lado, he educado a mi paciencia para que pueda soportar tantas idas y venidas. No me asustas con tu teoría de lo ‘complejo’ así que presume todo lo que quieras de tu encriptada personalidad -me gusta intentar adivinar el sentido de tus palabras y que más tarde tus gestos me lo confirmen-. A partir de ahora te dejo que elijas el lado de la cama y el itinerario; ya me sé de memoria la ruta para llegar hasta ti, aunque sí necesito una invitación porque no me gustó colarme en tu cuarto la última vez… Sigue creyendo que tienes razón porque siempre, siempre, al empeñarte una y mil veces en demostrármelo terminas tu teoría con una idea contradictoria. Vete, vuelve, ven y marcha de nuevo, fuerza otro comienzo con una poesía de segunda mano y luego da un salto hacia atrás para hacerme creer que estamos en el mismo sitio, con las mismas manías y los mismos miedos, que esto es una sucesión de huellas que no marcan ningún tesoro, aunque yo vaya un paso por delante…
Pero eso sí, si todo esto vuelve a repetirse, no te permito que te vayas sin darme un último beso. No soy tan generosa.

miércoles, 23 de enero de 2008

‘De haberlo sabido no hubiera dado todo en un principio…’

De haberlo sabido quizá no hubiera ido aquella tarde a un encuentro a ciegas, ni me hubiera lanzado a escribirte tonterías a escondidas. Tampoco me hubiera saltado sin mirar atrás la aduana de lo leal, ni querría haber encontrado en mí y en ti aquello que no supe ver en los demás.
De haberlo sabido, y suena extraño, no hubiera contestado a ese mensaje, quizá yo no hubiera escrito el primero de todos ellos, pensando que serían mejor las ganas que el efecto secundario y que serían peores las consecuencias que los rendimientos. De haberlo sabido me habría alejado de ese juego mucho antes de empezarlo, de verme inmersa en él y no querer salir, y comenzar a incumplir las reglas varias veces, haciendo trampas a medida … De haberlo sabido no hubiera llenado cuadernos de ti (‘cómo gasto papeles recordándote…’), no hubiera ordenado pilas de recuerdos para que ninguno se extraviara, y ahora no dedicaría tanto tiempo a pensar si el arrepentimiento es algo necesario o inevitable, contingente o forzoso, como un ciclo que vuelve a repetirse… ‘Peor que el olvido fue frenar las ganas de verte otra vez, peor que el olvido fue volverte a ver’… Esta vez no me faltan motivos porque los restantes se los inventará mi imaginación para hacer esto más sencillo, sin dramas ni melodramas, sin intenciones ni tentaciones, simplemente como un proceso automático de olvido infalible. Aunque sea mentira, déjame pensar que de haberlo sabido no habría vuelto a hacerlo.

sábado, 19 de enero de 2008

Yo estoy ahí. ¿Y tú?

viernes, 18 de enero de 2008

él y ella; ella y él

Se cruzaron en el pasillo y ninguno de ellos se molestó en parar y comenzar una conversación. En realidad, hacía meses que no cruzaban ni una palabra, excepto el monótono ‘hola’ de todas las mañanas. Las charlas interminables del año anterior permanecían enterradas y sólo ellos dos sabían que habían existido, aunque no quisieran reconocerlo. Aquellos encuentros ya parecieran irreales y ahora no tenían ningún sentido, sólo hacían crecer la incomodidad entre ellos dos. Cada día se encontraban casi en el mismo lugar y cada día la secuencia se repetía: te miro, me miras, te saludo, me saludas, miro al suelo, miras al suelo. Y punto. Mejor no salirse del esquema que ambos habían permitido tolerar como la máxima cercanía y todo esto en un pacto silencioso que nunca llegaron a acordar en voz alta. Un comentario más íntimo que el ‘buenos días’ sería malinterpretado, temía ella. Una frase más ingeniosa que el típico ‘qué frío hace’ sería renunciar a su orgullo, temía él. Y así pasaban los días, intentando evitar cualquier contacto, convenciéndose de que esa dinámica parecía normal, haciendo creer a los demás que no pasaba nada, que nunca fueron más que dos extraños que no consiguen mirarse mientras hablan. Mejor no reconocer ante ella lo que había sentido, mejor dejarlo todo como está, una historia sin un final decidido, sin confesiones vergonzosas, sin aclaraciones innecesarias… No pudo ser, quizá ni lo intentó, pero aunque él se mortifique pensando aquello de “¿qué hubiera pasado si…?”, ella sabe que nunca contempló esa opción, porque no llegó a sentir aquello con lo que él soñaba cada noche. A pesar de eso, todas las mañanas, en ese pasillo, ella revive ese sentimiento de culpabilidad injustificada por no haber sido totalmente sincera con él, por no haber renunciado a tiempo a la calidez de aquellas conversaciones, que para él tenían otro significado, que ella no valoraba de la misma manera…

jueves, 17 de enero de 2008

17 de enero

Ya es medianoche y comienza uno de esos días que están señalados en mi calendario (en verde, sí), que sólo suceden una vez cada doce meses y que en cierta manera me obligan a pararme a pensar y hacer un resumen del año (de los años) que llevo a la espalda. Y es extraño, porque no sé cómo debería sentirme. No me apetece hacer un balance de lo bueno y lo malo, ni compararme conmigo misma hace un año, ni darme cuenta de si he aprendido mucho o poco, de si soy la misma o no, si debo arrepentirme de ciertos errores o felicitarme por otros aciertos…Cambio de dígito y parece que poco a poco me obligo a dejar esas tonterías que hace años me podía permitir y que ahora parecen caprichos a los ojos de los demás y -aunque a lo míos esas manías tontas aún son necesarias y no sé desprenderme de ellas- soy yo la primera en decirme a mí misma aquello de “ya tienes una edad para dejar de pensar en esas cosas…”. Supongo que ésa será una de las razones por las que me hubiera gustado saltarme este día (el redondeado en verde, sí), porque debo pensar que según va subiendo la cifra va subiendo también el inventario de obligaciones y responsabilidades, no respecto a los demás sino conmigo misma. Sé que parece una idiotez, que cómo me voy a plantearme ahora una cuenta atrás para cumplir promesas y sueños compartidos, pero es esa sensación de que el tiempo pasa y yo sigo en el mismo lugar la que me angustia, a veces en días sin marca especial, y casi siempre en este de color verde… Una sensación estúpida como ésta, justo hoy, cuando quiero mirar dentro de la maleta y valorar las bagatelas que he ido recogiendo, cuando no acepto el compromiso de crecer y cambiar (quizá porque no sepa ni crecer ni cambiar) sólo porque a enero le haya dado la gana de venir tan pronto...

Sigo teniendo estrellas pegadas en el techo para ver el cielo desde mi cama y no pienso quitarlas, a pesar de que el calendario me diga que tengo que hacerme mayor.

domingo, 13 de enero de 2008

Buscando la primera frase...

Es un cuaderno de tapas rojas, pequeño, con un fino hilo que sirve como cierre al hacer un nudo al final de sus extremos, aunque siempre acaba deshaciéndose y las hojas se abren como si las palabras quisieran escapar y ver mundo. Todo esto si hubiera palabras en su interior, porque la primera hoja, la segunda, la tercera… hasta la última siguen en blanco. Ni una sola letra estropea ese vacío, prolongando la emoción (o desesperación) por teñir el papel de tinta azul. Y eso que yo lo llevo a todos lados; bajo el brazo, entre la carpeta o metido en el bolso, por si el rutinario viaje en tren me susurra el primer párrafo, por si encuentro una historia desperdiciada en el suelo que alguien ha desechado antes pensando que no merecía ser contada, o por si tú -en uno de tus descuidos- dejas otra vez un mensaje en mi ventana, uno de esos que hacen que mis dedos se decidan a escribir, imaginando cuál será el siguiente verso… Ése es el que ahora echo en falta, y me doy cuenta de que en mi cabeza se va formando un ovillo de sentimientos incomprensibles difícil de desenredar, en el que unos hilos se mezclan con otros, sin que entienda de dónde vienen o cómo descifrarlos, se pierden en el origen y en el destino. Intento buscar un extremo para tirar de él hacia fuera, poco a poco, para que al salir se vaya tumbando en el cuaderno, dibujando su silueta sobre el papel, y así yo pueda entenderme y de paso también tú puedas hacerlo… Pero aún no he encontrado el comienzo de ese comienzo.

viernes, 11 de enero de 2008

Hoy me hablas de París

Hoy me hablas de París
y un muro transparente separa el llanto y la sonrisa.
Ahí, en la falsa indiferencia,
tu Francia bohemia se acerca a mi oído.
Me describes el paisaje
y te imagino caminando por aquel cielo.

Hoy me hablas de París
y en la lejanía que no logra difuminar el olvido
maquillo mis palabras para que suenen a tu gusto,
contándote la alegría inventada por mi boca,
aislando la monotonía de la pureza,
sin querer mostrarte que aquí nada ocurre y todo cambia.

Me encuentro a mí misma parada en ese momento,
inmóvil, sin poder reaccionar,
anidando en el recuerdo.
Ése es el refugio de los sueños finitos,
aquellos que mueren siendo amantes de lo utópico,
creyendo en la cercanía de lo inalcanzable.

Un momento de quietud absoluta,
de armonía envidiable.
Reviven los deseos de confesarte
que todavía quiero cogerte de la mano.
Espero tu rostro.
Tu esencia vive aún en mis labios.

Pero sigues en París,
resumiendo una ciudad en segundos,
hablándome de estatuas moribundas
que relatan la historia tantas veces narrada.
Sufrimiento y victorias encerradas en hierro,
tatuajes verdosos de la huella del hombre.

Pienso en todo lo que quiero decirte,
lo que nunca te diré,
lo que la melancolía se guarda para sí,
la conversación que brota del silencio…
Lo siento, a veces solamente quiero ser yo
y lo único que consigo es ser otra persona.

lunes, 7 de enero de 2008

Giraluna

A veces es bueno recordar el significado de tu nombre y no perderlo de vista...



jueves, 3 de enero de 2008

Sesión continúa

Un largo fundido dio final a la última secuencia de la película. Las luces de la sala se encendieron tenuemente y la gente comenzó a levantarse de las butacas y a ponerse encima todo el cargamento de bufandas, guantes y gorros. En la penúltima fila, en los asientos del lado izquierdo, ellos dos permanecieron quietos, como si lo más importante viniera a continuación. Contemplaban atentamente la pantalla sobre la que pasaban los monótonos títulos de crédito. Más de cien nombres y cargos transcurrieron frente a ellos, mientras la sala se iba vaciando poco a poco. Cada ocho o nueve segundos, ella le miraba de reojo, disimuladamente, intentando identificar alguno de sus gestos y, a pesar de su fugacidad, él notaba cada una de esas miradas e intentaba calmarse, no mover ni un solo dedo, ni siquiera pestañear. Sabían que en poco tiempo la música iba a cesar y tendrían que salir a la calle, por eso disfrutaban de la quietud y la intimidad del lugar y del momento. La inmensa sala estaba ahora completamente vacía y el color azul oscuro de las butacas hacía que su presencia pasara inadvertida ante una inoportuna visita del acomodador. Cada uno notaba el calor que desprendía el otro y el ritmo de su respiración. Parecía que habían hecho un pacto silencioso para dejar correr el tiempo y disfrutar de su lento pasar, de estar juntos pero sin mirarse, simplemente confiando en que uno permanecía al lado del otro. Los títulos de las canciones que formaban la banda sonora aparecieron en último lugar, seguido del logotipo de la distribuidora, la última imagen que se proyectó en la pantalla. A continuación, las luces se apagaron por completo. Con la oscuridad total, la sensación de vértigo era aun mejor, en parte porque sabían que les habían regalado algo más de tiempo, los veinte minutos que faltaban para el inicio de la siguiente sesión. Seguramente se quedaron a ver la película otra vez. Al fin y al cabo, sus manos, entrelazadas desde la segunda escena, no tenían intención de separarse.