viernes, 18 de septiembre de 2009

Besugos hablando (I)

- Días azules
- ¿Perdona?
- Me gustaría que hubiera días azules
- ¿A qué te refieres? ¿A pasar algún día en la playa?
- No, coño, ¿de dónde te sacas tú lo de la playa? Que hubiera días azules, que todo se tiñiese de azul.
- Ah…
- Que hubiera días de colores, azules, amarillos…Amarillos, esos también molarían.
- Bueno…sí
- ¿Cómo que “bueno”? ¿Molaría o no molaría?
- Sí, no sé…sí…

Se miran

- Es que no sé qué decirte…No me imagino mirarme en el espejo y verme amarillo. Seríamos como los Simpson.
- Ostia, es verdad. No había pensado en eso. Quizá tendríamos que pedirle los derechos a Matt Groening.
- Pufff…demasiado caro entonces. ¿Días rojos?
- Muy sangriento
- ¿Marrones?
- ¿Color mierda? Yo paso, tío
- ¿Negros?
- Sería todo oscuridad
- Joder, le sacas pegas a todos los colores, así no vale
- No, no, es que eliges colores muy malos, muy feos. ¡Días verdes!
- ¿Verdes? No me convence… Sería muy anuncio de Greenpeace, ¿no?
- El color de los árboles, de la esperanza, de la naturaleza, de la vida, al fin y al cabo
- Mmmm… No sé, quizá lo de los días coloridos no es buena idea. No quiero beber agua verde, ni cargar verde, ni follar en verde.
- Ya, eso de follar en verde te ha quedado muy Heineken…
- Mejor lo dejamos como está, cada cosa con su color, como es la realidad
- Ah, ¿que la realidad es así? ¿de esos colores?
- Pues digo yo que sí, ¿no? ¿cómo será si no?

Silencio

- ¿Nos fumamos otro?
- Pues claro
- Pero, ¿de qué color lo quieres: violeta, naranja o rosita?
- Serás gilipollas

jueves, 17 de septiembre de 2009

Tenía bastante tiempo antes de entrar al cine. Había sido un día largo, pero aun tenía ganas de caminar y mezclarse un poco con la gente que iba y venía. Decidió ir calle abajo, le gustaba ese barrio en el que de entre diez farolas solo alumbraban cuatro. La luz de las tiendas, en cambio, era más potente y dejaba la huella de los escaparates sobre la acera. Caminaba despacio, intentando olvidarse de lo que había dejado sin hacer en el despacho y de que en la nevera seguramente no le esperaba nada más que un par de yogures desnatados. Le costó, pero empezó a disfrutar del aire frío que esa mañana había querido ser protagonista y que se colaba por su escote como si quisiera comprobar si eso de ser un amante humano era tan bueno como había oído. Cuatro pasos más y sus pies se pararon ante una postal arrugada que estaba en el suelo: “Vive como sueñas”. Una promoción de zapatillas deportivas de varios colores. “Vive como sueñas”. Descartó las zapatillas y se quedó con el eslogan. Habían pasado ya veinte minutos, la película estaba a punto de comenzar. Se guardó el papel en el bolsillo y echó a andar.